¡Sal de tu tierra!

¡El Apóstol Santiago te espera!

Índice

Introducción

  1. SAL DE TU TIERRA (cf. Gen 12,1)
    • La promesa del Padre, un camino de libertad
    • El valor de la fe
    • La Iglesia, pueblo de Dios en salida
    • Hacia la cultura del espíritu ante la cultura material
  1. ¡PONTE EN CAMINO!

2.1 Escucha: Un éxodo hacia la interioridad con rostro

2.2 Construye: El mensaje de los pobres

2.3 Confía: La esperanza probada del discípulo

2.4 Testimonia: La caridad sabe ver

  1. SANTIAGO TE ESPERA
    • Una puerta estrecha
    • Sandalias para una esperanza
    • Nuevo Pentecostés

Exhortación: “Sal en tu tierra” (cf. Mt 5,13 ss)

“Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre he pecado contra el cielo y contra ti” (Lc 15, 18). “Maestro, hemos estado bregando toda la noche, y no hemos cogido nada; pero por tu palabra, echaré las redes” (Lc 5, 5)

Queridos hermanos y hermanas:

  1. Os anuncio con alegría la celebración del Año Santo Compostelano 2021, Año de gracia y de perdón, a quienes deseáis participar en sus gracias jubilares. En este tercer Año Santo Compostelano del tercer milenio del cristianismo, el testimonio audaz del Apóstol Santiago es una oportunidad para redescubrir la vitalidad de la fe y de la misión, recibida en el Bautismo. Él se hace altavoz para todos, y os convoca por los caminos de la conversión a Dios, para que en vuestro hoy la proclamación de Jesús en Nazaret sea el impulso de vuestro peregrinar y de vuestro entusiasmo profético en la misión cristiana: “El Espíritu de Dios está sobre mí porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19).
  2. En la catedral que acoge la tumba y guarda la memoria del Apóstol constatamos que la Tradición no es una reliquia del pasado, sino la fuente inagotable, que va ofreciendo el agua fresca del Evangelio de generación en generación. En cada una de estas, el Padre, en su Hijo Jesucristo con el Espíritu Santo, va constituyendo nuevos hijos y capacitándolos para ser partícipes de su Reino y colaboradores de su misión en la Iglesia y en el mundo. Para eso han sido ungidos quienes habéis recibido el bautismo y estáis llamados a acompañar a quienes esperan todavía recibirlo.
  3. Os escribo esta carta pastoral con el corazón y la mente puestos en vosotros, y también en nuestra Iglesia local de Santiago de Compostela hacia la que os encamináis. La redacta mi memoria agradecida por la huella de fe que han dejado en nuestra diócesis los incontables peregrinos que, desde todos los continentes, peregrinan a la Casa del Apóstol Santiago. La fe os convierte en cómplices del Señor y de su causa, el Reino, y también como al joven pescador de Galilea, en amigos del Señor. Las huellas de tantas personas abrieron durante siglos los caminos que, por Europa, “crearon una vía de cultura, de oración, de misericordia y conversión, que se ha plasmado en iglesias y hospitales, en albergues, puentes y monasterios. De esta manera, España y Europa fueron desarrollando una fisonomía espiritual marcada de modo indeleble por el Evangelio”[1].
  4. Los que peregrináis a Santiago no buscáis ante todo una ruta llena de encanto paisajístico y de patrimonio histórico, sino el camino de la conversión hacia Dios y hacia los hombres. La peregrinación es una manifestación de la piedad popular[2]Camináis con la Iglesia para ser interpelados por la Palabra de Dios y así ser sal, levadura y luz para los demás. Queréis reavivar vuestro bautismo y aplicar el oído al corazón, donde somos lo que somos. Lo que vais a admirar ante el Pórtico de la Gloria lo reconocéis, así, como vuestro, y lo contempláis con alegría, porque habéis venido hasta Santiago para el encuentro con Cristo resucitado. Habéis seguido con vuestros propios pasos la huella que dejaron otros, la fe de la Iglesia. Llegando a Santiago tocáis el cimiento del testimonio apostólico. La experiencia de los Apóstoles son las raíces de vuestra fe y sus frutos sois vosotros mismos.
  5. La Casa del Apóstol Santiago es casa de acogida de peregrinos, reconocible en su propia arquitectura concebida para el transitar a través de una Tradición viva y de un Evangelio compartido. Por eso, vuestro peregrinar y el de cientos de miles como vosotros, prepara la conversión de los peregrinos del mañana. Así vuestra fe es fruto de la Tradición, y, simultáneamente, savia nueva para las futuras generaciones que seguirán viniendo hasta Santiago. El final geográfico de vuestra peregrinación es la Casa de Santiago, pero vuestra meta es la libertad de vuestro corazón, la libertad de los hijos de Dios a la que Dios Padre os llama. Os animo a que en la peregrinación vuestros ojos estén siempre fijos en esa meta, haciendo de vuestra peregrinación un camino de transformación de la mente y del corazón.
  6. A todos os acojo en nombre de esta iglesia diocesana. Es una gran responsabilidad, pero me siento parte de una gran familia, de un pueblo incontable y universal que es la Iglesia. También animo a mis diocesanos a fin de que vivan también la llamada a la conversión y se pongan en marcha hacia Cristo para abrazaros como hermanos deseándoos la paz. Si estas líneas os conducen por quien es el Camino, Cristo, valeos de ellas. No me dirijo únicamente a los que habéis emprendido o iniciaréis el camino de Santiago, sino a todos los que venís a esta ciudad atraídos por el magnetismo que el Apóstol suscita. No quisiera hacer más pesada vuestras mochilas o equipajes, sino más decididos y ligeros vuestros pasos. Ojalá os lleven a encontraros con quien os llamó a salir de vuestra tierra, y de vuestra casa. Estoy seguro de que la libertad, atenta al susurro de la conciencia, os irá guiando hasta Cristo. De esto estoy convencido: es la propia meta hacia la que os encamináis, la que os sale al paso. Él es vuestro Camino, vuestra Verdad y vuestra Vida.
  7. Nuestra Catedral abre sus puertas de par en par para que la Casa del “Señor” Santiago sea la vuestra y para que, gracias a vosotros, siga haciéndose más católica, más universal y más acogedora. El Amigo del Señor, con los brazos abiertos y con la sonrisa en su rostro, os está esperando.
  8. Quisiera dejar inconclusa esta carta pastoral al anunciaros este Año Santo, para que seáis vosotros, peregrinos de todo el mundo, quienes la vayáis completando con la tinta de la fe, y con vuestro testimonio cristiano. Me atrevo a hacer propio el sentir del Apóstol Pablo: “Es evidente que sois carta de Cristo, redactada por nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones de carne” (2 Cor 3,3). Según vuestra condición o religiosidad rezo por vosotros y os felicito. La Puerta Santa de la misericordia y del perdón se abre este Año Santo en nuestra Catedral para que, cuando atraveséis su umbral, os transforméis en una de sus piedras vivas o, tal vez, en alguna de aquellas estrellas refulgentes que, mirando el firmamento, intentó contar Abrahán cuando Dios le llamó a salir de su tierra. A vivir todo esto, invito con esperanza a todos los peregrinos en el Año Santo Compostelano 2021.

1. SAL DE TU TIERRA (cf. Gen 12, 1)

 1.1. La promesa del Padre, un camino de libertad

  1. Tal vez os sorprenda, pero vuestra peregrinación comienza hace unos cuatro mil años. Mantenéis vivo el éxodo de un anciano pastor a quien la promesa de Dios le despertó la esperanza. Esa promesa de futuro y de vida que acogió Abrahán, sois vosotros mismos, peregrinos. Él comenzó su marcha porque Dios le había llamado. Él le llamó para todos los que peregrináis en este Año Santo, y para toda su descendencia, que es hoy la Iglesia, pueblo de Dios en peregrinación.
  2. Siglos más tarde, junto al mar de Galilea, un joven pescador llamado Santiago, escuchando la llamada de Jesús y sintiendo su mirada, dejó las redes del pasado, se convirtió en discípulo y, como aquel anciano patriarca, también se puso en camino siguiendo al Señor. Aquel anciano, Abrahán, es para los peregrinos de hoy el origen de su éxodo, y este joven Apóstol, encuentro en vuestra peregrinación, es el testimonio de la libertad de los hijos de Dios.
  3. En los motivos que os impulsan a venir a venerar la tumba del apóstol Santiago, tal vez individuales en su superficie, se descifra la historia colectiva de una gran familia, tan numerosa “como las estrellas del cielo y como la arena de la playa” (Gn. 22, 17). Al peregrinar, reconocéis que sois mucho más que individuos con sentimientos religiosos; descubrís que el Padre os atrae para que seáis protagonistas de una Tradición Viva para una misión: evangelizar.
  4. Aquel día Abrahán emprendió su éxodo para que vosotros podáis hoy realizar vuestra peregrinación. Dios le abrió el oído y eso le puso en marcha: “Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré (Gn. 12,1). “La fe está vinculada a la escucha. Abrahán no ve a Dios, pero oye su voz”[3]. Así comenzó la marcha hacia la libertad para toda su descendencia. Hoy vosotros iniciáis este éxodo para que también otros muchos puedan escuchar la voz que les llama a la libertad de los hijos.
  5. Su fe es ahora para vosotros vuestro cayado. Su confianza en la promesa rasga vuestro hoy para que se abra en vosotros y en los demás el futuro que ofrece el Hijo, Jesucristo. Abrahán dejó atrás sus seguridades e inauguró la historia que desemboca en una descendencia nueva nacida de la escucha que da la libertad. El premio que se le prometía a Abrahán no era, por tanto, algo que le enriquecería a él solo y a su linaje, sino a la descendencia universal, que es la Iglesia. Del mismo modo, vuestra recompensa al llegar a Santiago no os enriquecerá sólo a vosotros, sino a todos para los que habéis sido llamados.
  6. La descendencia de Abrahán acabaría siendo, finalmente, el Hijo (cf. Mt.1, 1), esto es, Dios en la historia de todos los hombres, y no sólo en el prometido linaje de generaciones. Abrahán es el padre de la fe, porque fue el primero en acoger a Dios y, por eso, su premio, aunque saludado desde lejos, es Dios en la compañía de todos los creyentes: “mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios” (Heb 11, 10), y de la que vosotros formáis parte. Como veis, vuestro anhelo es personal e íntimo, con los matices propios de vuestra biografía, pero nacidos de una co­munidad histórica y de un pueblo en salida, la Iglesia. No peregrináis sólo para vosotros, ni podéis por vosotros mismos recorrer el camino y llegar hasta la meta.
  7. El Dios de Abrahán llamó también a Moisés desde la zarza ardiente para liberar a su pueblo de la esclavitud. El pueblo que escucha su voz se hace libre, y tiene la experiencia de que Él llama, guía y acompaña. La Palabra se expresó en la voz y se hizo Carne en el Hijo para que todos vivamos el sentido de nuestra vida haciéndonos hijos de Dios. Él nos libera de la esclavitud de nuestro pecado y nos pone en camino hacia la libertad de los hijos de Dios. Cristo es ayer, hoy y siempre que da plenitud a nuestro futuro.
  8. En vuestra peregrinación transitáis por un Camino Vivo. No os limitáis a una costumbre popular; tampoco os mueve un afán de perfección para vosotros mismos, sabiendo que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”[4]. Vosotros quienes quieran que seáis, si os habéis puesto en camino, es porque antes ya habéis presentido un encuentro y una llamada. “Tú no me hubieras buscado, si yo no te hubiera encontrado”[5], pensaba san Agustín. ¿No os parece un auténtico milagro que pudierais advertir esa llamada en medio de las distracciones diarias? Esa llamada os pone en marcha, y os saca de la inmediatez de vuestras experiencias rutinarias. Empezáis caminando confiados, pero sin aún poder prever por dónde llegaréis. Vuestro destino está en la ciudad de Santiago, pero lo haréis a través del pasadizo de una conversión que no podéis predecir ni anticipar. Esta conversión os va guiando hasta el Inesperado: “La fe requiere renunciar a la posesión inmediata que parece ofrecer la visión, es una invitación a abrirse a la fuente de la luz, respetando el misterio propio de un Rostro que quiere revelarse”[6].
  9. Quien se encuentra con ese Rostro no puede permanecer con vida: cf. Ex 33,20, muere a su egoísmo, a sí mismo, para recibir de Él una vida nueva, no sólo para sí mismo, sino también para los demás. Camináis para un encuentro con Dios, con los demás y con vosotros mismos. Peregrináis para poder escuchar por vosotros mismos: “Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios” (Gal 4,6-7). Así os haréis copartícipes de la misión liberadora de Jesús, para que otros alcancen esa libertad a la que tú has sido llamado.

1.2. El valor de la fe

  1. “Las tres virtudes teologales expresan la nueva vida que Cristo nos ha regalado o, lo que es lo mismo, la manera fresca, novedosa y hasta transgresora de relacionarnos con Dios y con la realidad entera… La fe tiene por objeto reconocer a Dios mismo como fundamento de toda la realidad: su existencia, sus actos salvíficos en la historia, su compañía fiel”[7]. Es luz para la libertad. No evita que seáis vosotros quienes tengáis que dar los pasos y recorrer el camino. No es ningún atajo. Al contrario, ella despierta libertad y la conciencia, no las suplanta; tampoco evita las dudas que surgen en todas tus encrucijadas. Ella os compromete a que asumáis, a pesar de las contradicciones, la cruz que conlleva vuestra realidad concreta (Cf. Mc 8, 34). Eso sí, no clavados en ella como un destino fatal ante el que resignarse, ni tampoco asumida con un rictus de amargura, ni a la fuerza, sino entregándoos libremente, como lo hizo Jesús. Por eso, la fe os empuja a la aventura más arriesgada de la vida: hacerla fructificar allí donde estáis y en las condiciones dadas. Sin embargo, en la cultura del bienestar que hemos ido construyendo, el escrupuloso celo por cumplir estricta y únicamente con nuestra responsabilidad legal y sólo con ella, nos retrae a veces de acciones valientes y generosas por el bien de los demás como son los voluntariados de todo tipo, perdiendo así la ocasión de entender nuestro trabajo o profesión como servicio a los otros.
  2. No es la solución a las preguntas que nosotros nos hacemos, es la pregunta que Dios nos hace a nosotros. Nada tiene que ver con las seguridades que ofrecen los esquemas claros y distintos que sobrevuelan la complejidad de la vida[8]. Os adentra en un camino que no habéis trazado vosotros. Recordad: Abrahán, por la fe, se puso en camino sin saber adónde iba (cf. Hbr 12). Ese camino os lo ofrece quien os llama a ser hijos: ¿queréis recorrerlo? ¡Que el miedo no amarre vuestra libertad! Vuestra libertad no está en vuestra autoafirmación, sino hacia adelante, en la llamada que Dios os ofrece. La haréis vuestra si la seguís; para recibir esa libertad poneos en camino, apoyaos en la Palabra hecha carne, Cristo. No dejaréis de ser esclavos sin dejar la tierra de vuestras seguridades y sin correr el riesgo de perder el equilibrio, como el niño que aprende a andar. La fe es una certeza que se madura en el riesgo, en la adversidad y en la incertidumbre del que sigue no su propia llamada, sino la voz de Dios. No es un cálculo pío. “La luz de la fe no disipa nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y eso basta para caminar”[9].
  3. Un día nacimos gracias al amor de nuestros padres. Nunca podremos agradecer lo suficiente haber nacido. Pero, además, para llegar a ser cristiano, se precisa de un nuevo nacimiento. Al igual que el primero, también es recibido y también nace del amor. El primer nacimiento es un parto natural y espontáneo. Pero el segundo, es el parto engendrado por la libertad que Dios despierta, gracias al don del Bautismo. “En nuestro primer nacimiento fuimos engendrados sin tener conocimiento y según la necesidad […] Pero para no permanecer como hijos de la necesidad o la ignorancia, sino de la elección y el conocimiento […] se invoca sobre el agua el nombre de Dios Padre y Señor del universo”[10]. En este segundo nacimiento se realiza un auténtico milagro; el milagro de la transformación por la que vamos saliendo de nosotros mismos para hacernos hermanos y discípulos de Cristo: “Si quieres saber cómo se realizan estas cosas, pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio y la lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz sino al fuego que abrasa totalmente. Ese fuego es Dios”[11].
  4. Este nuevo parto, más costoso que el natural, se corona con el nacimiento del cristiano adulto. Cuando esto se produce, al mundo le ha nacido un hermano, el hombre nuevo, libre para darse a los demás. Ese nuevo parto también nace del amor, pero del amor por los demás. Es Dios quien lo posibilita empujando la libertad hacia afuera, hacia los rostros que el mundo olvida. En ese crecimiento, que es el camino del discípulo que sigue a Cristo, la fe va dando luz para que un día lleguemos a nacer plenamente a nosotros mismos: “Ahora vemos como en un espejo, confusamente, entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios” (1Cor 13,12); es decir, amaremos a los demás como somos amados. Ese día por fin habremos nacido.
  5. También la Iglesia, el pueblo de Dios al que pertenecemos, nace sin cesar gracias a ese parto de la fe. Ella nació para la misión, no para sí misma, como si ella fuese un fin de sí misma, sino para hacer llegar a todos la Buena Noticia del Evangelio. Tuvo que salir de su encierro y pasó de oír sus propios ecos a escuchar la Palabra de Dios, dejándose llenar del fuego del Espíritu (cf. Lc 24, 36; Hch 2). Se hace peregrina, compartiendo el camino de una humanidad que también necesita escuchar esa Palabra Resucitada para ser libre, porque sufre la injusticia y el pecado. En la Iglesia, gracias al soplo del Espíritu, el Reino de Dios está llegando. Ella está como nosotros en conversión hacia Cristo y los hombres[12].
  6. La fe compromete todo nuestro ser porque es, en realidad, Dios dándose a nosotros. El día de nuestro bautismo Él nos dijo un sí incondicional para que nosotros respondamos con todas nuestras fuerzas y energías al don recibido y a la misión encomendada. Dios no reparte simples dones: se da a sí mismo, y para todos. Ni Abrahán, ni Moisés, ni la Madre del Señor recibieron la fe para ellos mismos, sino para el pueblo de la alianza, y para que ese pueblo fuese la semilla de otra humanidad, reconciliada con él en el amor.
  7. Despierta todas las energías y no solo la superficie de la mente, por eso, “perder la fe es perder mucho más que una certeza intelectual; es perder el último apoyo de toda una experiencia, porque el justo vivirá por la fe” (cf. Gal 3,11). Se es creyente desde los pies hasta la cabeza. ¡La fe es de carne y hueso! Ella no es un don especial a cada individuo para que pueda creer una serie de verdades, sino para todo un cambio de mentalidad y actitud, para una conversión. Es la llamada de Dios a nuestra puerta y exige de nuestra parte todo el valor para abrirla. Es la decisión con mayúsculas de nuestra vida. Con ella, el Dios omnipotente haciéndose más débil que sus propios hijos, permanece a la espera de ser acogido. Abrir esa puerta supone el coraje de cortar las amarras que nos atan al propio yo, es decir, una circuncisión del corazón, de la mente, de la voluntad (cf. Rom 2, 29).
  8. Quienes peregrináis, habéis salido de vuestra tierra, y como Abrahán, habéis emprendido un éxodo personal, un auténtico éxtasis, un dejar atrás vuestro yo para ir hacia el tú de Dios y el tú del hermano. ¿Qué es sino el amor, más que salir de uno mismo para hacer del extraño el centro? “El amor es éxtasis, no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí, y precisamente, de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún hacia el descubrimiento de Dios”[13].
  9. Precisamente, a no pocos os hace peregrinar hasta Santiago el recuerdo de alguien querido cuyo paso por vuestra historia personal dejó en vosotros una nostalgia de Dios. Comentáis que habéis emprendido el camino por ellos, como si fuera una promesa que les debíais. Esto es algo que solo se puede comprender desde la lógica que os une a quienes fueron un don para vosotros y desde el tesoro que dejaron en vuestra memoria. Para quien es ajeno a esta experiencia esto parece absurdo o innecesario; pero son las razones del corazón que la razón no entiende. Sin embargo, para vosotros permanecía incompleta una promesa y os sentís interiormente obligados a cumplir lo que vuestro ser querido o amigo quiso hacer tal vez para vosotros. Es entonces cuando a lo largo del camino, en algún momento de silencio, o hasta en la contemplación de la naturaleza, Dios os hace llegar la presencia casi tangible de quien sobrevive en vuestro agradecimiento. Confesáis entonces que no os habéis sentido solos en ningún momento de vuestra peregrinación, y que, si vuestra intención primera era hacerla por ellos, reconocéis después, emocionados, una vez llegados a Santiago, que, en realidad, no caminabais solos, ni por ellos, sino con ellos. Nos atrevemos a vislumbrar aquí un reflejo de la comunión de los santos Solo una mirada superficial se detiene en el frío escepticismo. No es un te doy para que tú mes des, ni tampoco debe llamarse obligación la disposición de quien libre y espontáneamente se ha comprometido con alguien mediante una promesa, a pesar de sentirse después obligado a cumplirla con esfuerzo y sacrificio.
  10. El Camino de Santiago es un Camino de conversión, ofrecido a todo el que desee acoger la experiencia; no exige una previa “selección de candidatos”, ni tiene tampoco numerus clausus. Todo lo contrario, uno de sus valores permanentes estriba en que pone en contacto directo al alma y a Dios, incluso para quienes todavía no han descubierto la fe cristiana. Esto tiene un especial valor en nuestro tiempo en el que muchas personas todavía sienten nuestra Iglesia lejana. Por eso necesitan que ella les arrime una luz cercana, paciente y acogedora,  que les ayude a interpretar su experiencia y a releer el Evangelio que tenían ante los ojos, como supo hacerlo el Apóstol Felipe con el etíope eunuco, alto funcionario de la reina de Candace (cf. Hch 8, 27-30). Ciertamente, Dios ofrece a todo peregrino, que es cada ser humano que viene a este mundo, un camino solo por Él conocido. Pero, “¿cómo podrá reconocerlo si nadie le guía?” (Hch 8,31).
  11. Quien cree no teme implicarse en la complejidad de las cosas, ni permanece inmóvil por el temor a no acertar siempre al intentar mejorarlas. Porque, ¿qué es creer en Dios sino comprometerse decididamente con su iniciativa en nosotros y en los demás? Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”[14] escribe el papa Francisco.
  12. Así, no son pocos los que, con sus amigos, grupos parroquiales, colegios o asociaciones religiosas disciernen a lo largo del Camino de Santiago su vocación al matrimonio, al sacerdocio, o a la vida religiosa. La inmediatez a la que estaban sometidos no les dejaba libre el corazón para bombear sus deseos más profundos. Conforme peregrinan, advierten que, en medio de sus ocupaciones y trabajos, están los rostros que encarnan a los bienaventurados del Evangelio, y que, en esos mismos rostros y en sus luchas, estaba Jesús hablándoles. Durante el camino, ya sea en el encuentro con otros peregrinos, o en los oasis que les proporciona la oración en común, se sienten como sacudidos por una inquietud: “¡Jesús te necesita para ellos!”. También para muchos otros, la semilla del enamoramiento acaba madurando en compromiso matrimonial para formar una familia y constituir una Iglesia doméstica.
  13. No son pocos los jóvenes que peregrinan. Pero, ¿cómo pueden esos jóvenes vivir la vida descubriendo su vocación al matrimonio, al sacerdocio o a la vida consagrada? ¿No es acaso el compromiso por los demás lo contrario a la libertad? Así se pregunta con extrañeza nuestra cultura aburguesada. ¿No están desperdiciando su vida y lo mejor de sus años? Sin embargo, esos jóvenes valientes desenmascaran esta sociedad que les ofrecemos los adultos, y experimentan, a pesar de ello, que la vida se hace más pobre y se arruina cuando se descompromete y, al contrario, se llena de sentido cuando se puede gastar por otros y no se busca a sí misma. Son jóvenes capaces de escarbar entre la hojarasca de los eslóganes y de las redes sociales, para dar con la verdadera felicidad y con el sentido que le quieren dar a sus vidas.
  14. Para otros muchos peregrinos, peregrinar a Santiago es como la desembocadura natural de su compromiso cristiano. Oran en su trabajo diario y, ya sea en sus mochilas o en sus equipajes, portan con ellos el aceite de la fe. Son, como el Apóstol Santiago, discípulos de Jesús  cuya mano izquierda ignora lo que hace su derecha (cf. Mt 6,3), con los necesitados más próximos o más lejanos, allí donde viven. Son sal, pan y luz en sus ambientes de trabajo, en sus comunidades eclesiales y en sus familias. Para ellos, peregrinar a Santiago, como también a otros lugares de peregrinación, es la oportunidad única de palpar con sus propias manos y ver con sus propios ojos que la fe cristiana tiene su raíz en Jesús, testimoniándola sus discípulos. Comprueban que su fe no se apoyaba últimamente en creencias, aunque estas fueran religiosas, sino en testigos del Señor[15]. “Simplemente” son cristianos, conscientes de que la encarnación ha hecho de cada persona para ellos un hermano de Cristo, su presencia concreta: “Cuántos cristianos dan la vida por amor: ayudan a tanta gente a curarse o a morir en paz en precarios hospitales, o acompañan a personas esclavizadas por diversas adiciones en los lugares más pobres de la tierra, se desgastan en la educación de los niños y jóvenes, o cuidan de ancianos abandonados por todos, o tratan de comunicar valores en ambientes hostiles, o se entregan de muchas otras maneras que muestran ese inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre”[16].
  15. Si bien por fuera no se distinguen de los demás que caminan, están llenos del barro del camino, o bien, resignados en los pasillos de los aeropuertos; sin embargo, por dentro, sus vestiduras son blancas, como las del Cordero (cf. Apoc 7, 9). Se fueron alimentando de su Carne y bebiendo de su Espíritu, y de este modo, su juventud se iba renovando como el águila (cf. Sal 103,5)[17]; son cada mañana levadura de una sociedad nueva. Por eso, cuando llegan a la Catedral de Santiago, se funden en abrazo emocionado con el Apóstol, el Amigo del Señor, para llevarlos a Él y poder escuchar de manera similar como los apóstoles: “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15).
  16. La peregrinación os libera de ilusiones. Queréis deshacer los prejuicios del corazón, y deseáis ser libres mediante la conversión del corazón. Venís a Santiago, la ciudad que conserva, junto a un rico patrimonio artístico, una tumba, la del Apóstol, para dejaros encontrar por Cristo que os llama, recorriendo con los pasos de vuestra libertad, a la conversión que vivió Santiago, el joven pescador de Galilea. La fe no teme implicarse en la complejidad de las cosas. Creer en Dios es comprometerse con su iniciativa en nosotros.

1.3. La Iglesia, pueblo de Dios en salida

  1. El papa Francisco nos urge para que toda la Iglesia esté en salida. Esto implica dar el paso audaz y confiado de Abraham, saliendo de la casa paterna; abandonar nuestras redes como el Apóstol Santiago, esto es, salir de la burbuja que nos aísla del resto del mundo y nos vuelve autorreferenciales; y salir sin miedos de las seguridades y de las comodidades, de los egoísmos y de las inercias; de la autopreservación que late muchas veces en nosotros mismos, en nuestras parroquias y comunidades, donde se conjura el riesgo de cualquier cambio, con el pretexto de preservar “la verdad”. Es preciso salir hacia los cruces de los caminos, hacia los últimos donde está Cristo esperándonos.
  2. ¿Cómo es posible que parezcamos vivir nuestra fe más como renuncia cuaresmal que como encuentro pascual con Cristo? ¿Dónde quedó la alegría del que encuentra el tesoro escondido en el campo, ese tesoro por el que merece la pena venderlo todo para adquirirlo? (cf. Mt 13, 43). ¿Habrá cautivado más nuestra atención el campo que el propio tesoro escondido en él? Si en nuestro anuncio hacia los demás hemos sobreacentuado el sacrificio, tenemos que pararnos y preguntarnos si, tal vez en algún momento, no hemos perdido de vista lo más importante. Si un cristiano se queda mirando su propia renuncia, posiblemente no ha descubierto todavía el tesoro que la motiva. ¿Qué deseas? Preguntó Jesús a la madre de Santiago y de su hermano Juan (cf. Mt 20, 21). Esa pregunta se nos sigue haciendo hoy a todos.
  3. Hemos dejado que el Evangelio se deslizara hacia un moralismo que buscaba cierta perfección, no la misericordia de Dios que hace salir su sol sobre malos y buenos” (Mt 5, 45). Hemos estado más atentos a los errores, y menos sensibles a los procesos de las personas[18]. Por momentos, parece que la planta de ese moralismo creció más en la mente y en el corazón de los cristianos que la misma Palabra de Dios. ¡Vigilemos para no reducir la Buena Noticia a una conducta individual “correcta” y pía para el más allá!
  4. Tal vez, hemos enseñado un bosque doctrinal en lugar de señalar el árbol del que realmente tiene hambre la gente. Ese árbol es el Hijo de Dios que hunde sus raíces en el Padre y se hizo fruto para todos nosotros. Ese Árbol fue creciendo en sabiduría y estatura en el taller de la humanidad. Desde entonces, los procesos son los mensajeros de Dios en la vida de las personas. ¡Abramos los ojos para reconocerlos y alentarlos! De lo contrario, nuestra evangelización se parecerá a un extenuante esfuerzo por convencer a los que “no creen”, y a un señalar cartesianamente con el dedo a “los de dentro” y a “los de fuera”, en lugar del reconocimiento gozoso por nuestra parte de que la gracia de Dios ya está actuando en sus vidas[19].
  5. ¿Cómo entonces experimentaremos la alegría de reconocer a Cristo vivo en la realidad que nos rodea? ¿Cómo podremos entender la audacia del apóstol Santiago para traer la Buena Nueva al Finisterre? ¿Cómo compartiremos la pasión evangelizadora de Pablo? Y ¿cómo ayudar a crecer las semillas del Reino, y alentar procesos sin adentrarnos en la vida de la gente? La Iglesia no puede ser maestra sin ser discípula, no solo de Cristo, sino también de los hombres: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”[20].
  6. El Papa no nos apremia a un cambio por el cambio. Nos advierte que hemos de llevar bien pegada a nosotros la lámpara del discernimiento, para que seamos fieles al Evangelio estando atentos a los signos de los tiempos. “Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento”[21]. Es verdad, si no nos dejamos guiar por esa luz, nos expondremos a las mareas, cambiantes y efímeras, de las ideologías y de estilos pastorales que en lugar de métodos se hacen fines en sí mismos. Pero arrastramos la inercia del siempre se ha hecho así. Esa apatía nos aletarga y nos perpetúa en un cristianismo lánguido, en el que el Espíritu de Cristo permanece “encerrado”; eso sí, sin que nos demos cuenta, nos deja en la oscuridad más completa.
  7. Como dijo en su día Benedicto XVI, seamos “humildes trabajadores en la viña del Señor”, esto es, operarios de la viña y no dueños de la misma para servir el Evangelio. De esta forma, el legítimo centro de las personas y de nuestra acción evangelizadora será Cristo, y no nosotros. De lo contrario, nos pareceremos a aquella sal de la cual afirmó el Señor que ya no vale para dar sabor al alimento y que, por supuesto, se hace –con toda razón- algo insignificante y desprecio de los demás (cf. Mt 5, 13-16)[22].
  8. Tengamos muy presente la tentación de la madre del Apóstol Santiago. Pide para sus dos hijos un privilegio por encima del resto: “no sabéis lo que pedís”, les responde el Señor (Cf. Mt 20,22). En esa tentación reconocemos la nuestra, y la de la Iglesia de todas las épocas, cuando se mira a sí misma y trabaja por el campo y no por el tesoro escondido en él. Pero nuestras sombras no logran eclipsar la luz del Sol: “Jesucristo se hace en cierto modo nuevamente presente, a pesar de todas las aparentes ausencias, a pesar de todas las limitaciones de la presencia o de la actividad institucional de la Iglesia”[23].
  9. Somos llamados a trabajar fielmente en la viña del Señor siguiéndole a Él y no Él a nosotros. La Iglesia es un árbol milenario con raíces muy profundas enclavadas en la revelación, pero necesita, a la vez, la flexibilidad del arbusto para ofrecer el fruto que los demás puedan alcanzar. “Pidamos al Señor, dice el papa Francisco, que libere a la Iglesia de los que quieren avejentarla, esclerotizarla en el pasado, detenerla, volverla inmóvil. También pidamos que la libere de otra tentación: creer que es joven porque cede a todo lo que el mundo le ofrece, creer que se renueva porque esconde su mensaje y se mimetiza con los demás. No. Es joven cuando es ella misma, cuando recibe la fuerza siempre nueva de la Palabra de Dios, de la Eucaristía, de la presencia de Cristo y de la fuerza de su Espíritu cada día. Es joven cuando es capaz de volver una y otra vez a su fuente”[24].
  10. El Espíritu del Resucitado nos empuja a evangelizar a los pobres. Cuando ese Espíritu es el que nos mueve, nos lleva hasta Jesús, y la Iglesia se vuelve sal y fermento. Permanece fiel al Señor y abierta a su futuro. Cuando nuestras parroquias y comunidades beben y dan a otros de beber el agua siempre fresca del Evangelio, viven y salen de su autorreferencialidad. Seamos entonces libres para compartir y ser buena noticia para el sufrimiento de los últimos, así como Jesús, sabremos reconocer en ellos a los bienaventurados de nuestro tiempo.
  11. Desde el sepulcro del Apóstol, acogemos la llamada a no resignarnos a contemplar de brazos cruzados cómo el compromiso cristiano se va convirtiendo en una especie de cristianismo de museo. No queremos ser espectadores; seamos, como el Apóstol Santiago, testigos activos. Este Año Santo es una oportunidad de gracia del Señor para que también en este jubileo se realice en nuestra Iglesia la profecía de Ezequiel: “La mano del Señor se posó sobre mí. El Señor me sacó en espíritu y me colocó en medio de un valle todo lleno de huesos. Y me hizo dar vueltas y vueltas en torno a ellos: eran muchísimos en el valle y estaban completamente secos. Me preguntó: Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos? Yo respondí: Señor Dios mío, tú lo sabes. Él me dijo: Pronuncia un oráculo sobre estos huesos, y diles: ¡Huesos secos, escuchad la palabra del Señor! Esto dice el Señor Dios a estos huesos: Yo mismo infundiré espíritu sobre estos huesos y viviréis” (Ez 37, 1-5).
  12. El Espíritu Santo nos ayuda a sondear los nuevos caminos que nos lleven del Evangelio al mundo, y del mundo al Evangelio. Debemos tener la valentía de dejarnos preguntar y cuestionar por la sociedad de nuestro tiempo. La realidad no es una amenaza, sino una llamada. ¿De qué tierras se nos está pidiendo salir? No podemos contentarnos con adornar nuestros sitiales o con escribir con letras de oro un consuelo para el más allá. Si no nos hacemos Buena Noticia para los descartados de esta sociedad, ni sal para esta tierra que nos sostiene, si no abrimos la mente y el corazón a los que su indiferencia hace vivir con los ojos cerrados, si no damos testimonio con pasión de que Dios está de parte de los últimos, “derribando del trono a los poderosos y enalteciendo a los humildes” (Lc 1,52), es porque nos estaremos volviendo impermeables al Espíritu con el que fuimos ungidos en el bautismo.
  13. Por nuestra historia secular y nuestro papel en el mundo, nos habíamos habituado a ser los maestros y portavoces del Evangelio y a hacer de nuestra cultura el vehículo ejemplar de la fe cristiana para los demás continentes. En cambio, en este momento de la historia, nuestras Iglesias diocesanas son testigos del empuje de la fe cristiana en otros continentes. El Camino de Santiago viene secularmente convocando a cientos de miles de europeos, pero es esperanzador el auge de peregrinos procedentes de Asia, América y Oceanía en búsqueda de las raíces históricas de la fe apostólica. Todo un signo de los tiempos, avistado ya en su momento, por san Juan Pablo II, y que subraya que el catolicismo es multicultural cuando escribía que “en la historia de la Iglesia, el cristianismo no tiene un único modo cultural, sino que permaneciendo uno mismo, en total fidelidad al anuncio evangélico y a la tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de tantas culturas y tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado”[25].
  14. Por eso, el papa Francisco, llegado “desde el fin del mundo”, nos dice: “No es indispensable imponer una determinada forma cultural, por más bella y antigua que sea, junto con la propuesta del Evangelio. El mensaje que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero, a veces, en la Iglesia, caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura”[26]. Convirtámonos por el Espíritu en piedras vivas de una Iglesia que peregrina cada día gracias a la Palabra y los sacramentos. Una Iglesia implicada en la realidad concreta y atenta para colaborar con entusiasmo y sin demora en construir la ciudad de Dios en medio de la ciudad de los hombres, al decir de san Agustín.

1.4. Hacia la cultura del espíritu ante la cultura material

  1. Al fijarnos en la realidad antropológica actual podemos percibir la imagen de un hombre obeso materialmente y anoréxico espiritualmente. Desde los distintos continentes llegan peregrinos con connotaciones propias pero con preocupaciones similares, buscando respuestas desde el Evangelio y la Tradición apostólica a las penúltimas o últimas preguntas que llevan dentro. De manera especial voy a referirme al peregrino de una Europa que nació peregrinando entorno a la memoria del Apóstol Santiago y que ha de transformarse en la “Europa del espíritu”[27]. Nuestra Europa se halla ante el reto de saber qué dirección tomar. Para ello necesita, además del talento y de la creatividad, nutrirse de sus propias raíces. Ellas son mucho más que los logros colectivos de la cristiandad medieval, reconocibles en sus artes, universidades, construcciones, hospitales, monasterios, iglesias, etc. Estas raíces no son bellas reliquias de un pasado, que, ahora, sin embargo, resultan inservibles y anticuadas para afrontar desafíos que son nuevos. Nuestras raíces son más universales y mucho más profundas. Están bien afianzadas en la tierra, y se reconocen en el humus universal que es el ser humano. Por eso, ellas son las que nos pueden seguir indicando quiénes somos. Son raíces que se generaron en el encuentro de las civilizaciones comprendidas entre la antigua Mesopotamia y el Mediterráneo. En “nuestra” Biblia, se recorre toda una biblioteca milenaria con las huellas de todas las culturas de las que surgió Europa. Es, sin duda, el libro del que nace nuestra cultura y el que le da su fisonomía propia[28]. Al calor de esta Palabra inspirada, germinó el valor del reconocimiento de la dignidad de la persona como tal, con independencia de cualquier circunstancia. Este valor fue clave, por ejemplo, durante la edad moderna para el reconocimiento del derecho de gentes de las tierras recién descubiertas en el nuevo mundo.
  2. Cuánto más complejos son nuestros desafíos, más precisamos de raíces profundas; solo así, se podrán resolver con confianza, de modo que la altura socioeconómica de nuestro continente no ponga en riesgo la estabilidad de todo el árbol. Cuando una cultura sabe quién es, sabe mejor hacia dónde ir. Los desafíos que vivimos en Europa son una oportunidad que no podemos desperdiciar si los afrontamos desde el cimiento de valores que nos dieron origen y desarrollo.
  3. Es obvio que no es cometido de la Iglesia dictar el desarrollo de la sociedad y de la cultura, aunque tampoco debe quedar al margen[29]. Por otro lado, como institución no siempre hemos sabido interpretar todos los cambios que mejoran nuestro continente; la desconfianza ante lo nuevo o lo sobrevenido velozmente a veces nos ha paralizado, sin prestar atención y secundar lo que escribía San Pablo: “Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud o digno de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4,8). Así también nos lo recuerda el Papa: “Si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible, que, en lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos avance alguno y, en ese caso, no seremos partícipes de procesos históricos con nuestra cooperación, sino simplemente espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia”[30].
  4. Saludamos con alegría el desarrollo de nuestra identidad europea y la aportación de valores como son: la igualdad de derechos laborales entre hombres y mujeres, la mayor integración social de personas que, por su condición física o intelectual, o bien por su orientación sexual, sufrían marginación por parte de la sociedad, el creciente respeto por el medio ambiente, el compromiso valiente de muchas ONGs en defensa de los más débiles, especialmente, con los inmigrantes y también en su compromiso por la justicia en terceros países, manteniendo “en definitiva, la aspiración de establecer un sano equilibrio entre dimensión económica y social”[31]. Todos estos son avances que no deberían tener retroceso. En la medida en que contribuyen a reconocer la dignidad de las personas como tales, y, a promover la justicia social, favorecen asimismo el crecimiento del Reino de Dios.
  5. Sin embargo, una Europa encerrada en sus intereses económicos, además de injusta con los demás pueblos de los que ella misma es deudora, también se asfixia a sí misma. No puede convertirse en una isla de bienestar social que hay que defender. Esto ni es realista ni sería justo. Precisamente, la injusticia que generamos en terceros países es el caldo de cultivo de la violencia que tememos. Somos una identidad cultural y de valores, capaces de ofrecer los auténticos valores que pueden humanizar otras culturas[32].
  6. Para el viejo continente la odisea del héroe Ulises representa el retorno a la seguridad del hogar. Parece que este mito describe la actual obsesión de nuestra Europa, solo que, a diferencia de nuestro personaje, esta pesadilla por la seguridad y el bienestar la paraliza y le resta confianza en su propio porvenir[33]. La crisis demográfica que nubla el futuro, la banalización mediática de dimensiones tan importantes de la existencia, como la muerte o la misma sexualidad; el cuestionamiento de la institución familiar como tal, el miedo al extranjero, la desconfianza hacia las instituciones y entre los individuos, la parálisis ante el compromiso, son algunas de sus manifestaciones[34]. Por otro lado, las ciencias, consideradas “en sí mismas”, son neutrales respecto a nuestra tradición cristiana. Sin embargo, los recursos con los que cuentan, la finalidad con la que se investiga o los destinatarios de su aplicación[35], necesitan de los referentes éticos y morales. La única ciencia -que es la real y concreta-, precisa horizontes más amplios que los de la aplicación inmediata o su rentabilidad.
  7. También el campo educativo precisa de luces largas. Se necesitan profesionales cualificados, pero sin menoscabo de su formación humana integral, ni de su vocación de servicio a la sociedad, so pena de que la rentabilidad del mercado sea la que decida y determine su currículum y su perfil formativo, y la rentabilidad del individuo sea la única razón de ser de su trabajo. Si la preparación laboral o académica estuviese solo configurada por la demanda de la empresa privada o pública, ¿qué instituciones del saber y de la cultura quedarán entonces que sean un referente que oriente a nuestra sociedad?
  8. Hemos de trabajar por el bienestar de todos, pero procurando que no sea fuente de injusticia para nadie. Con esperanza hay que seguir buscando en la “nueva Europa del espíritu” que las condiciones laborales sean dignas, y que los horarios sean los adecuados para que permitan conciliar la vida profesional y familiar. Es una realidad que muchos jóvenes se ven forzados a emigrar para poder desempeñar el trabajo para el que se han preparado durante años, o bien se ganan la vida en ocupaciones puntuales en condiciones de verdadera explotación[36].
  9. En realidad, tampoco deja de ser víctima de la injusticia quien la provoca. El que está lucrándose gracias a la explotación de los demás, mutila su propia dignidad, y desperdicia la oportunidad de darle un sentido a su vida. Una vida para disfrutar y acumular, sin compartir, acaba siendo un sucedáneo de felicidad que no se traduce en la alegría que llega al corazón, ni da sentido a una vida[37].
  10. La aplicación de las tecnologías supone también una oportunidad y un desafío ético para el mundo y para nuestra Europa. No es extraño que el Papa dijese que “los grandes sabios del pasado, en este contexto, correrían el riesgo de apagar su sabiduría en medio del ruido dispersivo de la información”[38]. La inmediatez y sobrecarga de las informaciones nos sustrae la perspectiva de los acontecimientos, y, lo que es peor, nos inmuniza frente al dolor ajeno. Acabamos confundiendo virtualidad y realidad[39]. La tecnología nos permite conectar dispositivos, pero no siempre a las personas con su realidad[40]. Por otro lado, la globalización que permite la tecnología, facilita que la Europa de los pueblos se vaya pareciendo a una planicie cultural: un adolescente de Varsovia, por ejemplo, prácticamente se confunde, por mimetismo, con otro de nuestra Galicia.
  11. “Los medios actuales permiten que nos comuniquemos y compartamos conocimientos y afectos. Sin embargo, a veces también nos impiden tomar contacto directo con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal. Por eso no debería llamar la atención que, junto con la abrumadora oferta de estos productos, se desarrolle una profunda y melancólica insatisfacción en las relaciones interpersonales, o un dañino aislamiento”[41]. Cuanto más rápidos sean los cambios que experimentan nuestras sociedades, más necesidad tenemos del discernimiento para valorarlos. ¿Desde qué criterios decidimos ante los dilemas morales, personales o colectivos? ¿Qué lámpara acercaremos para saberlos descifrar? Somos ciudadanos, no dóciles consumidores obligados a armar en soledad o bien en el refugio doméstico, la arquitectura de nuestros propios valores, sin referentes comunitarios ni históricos[42]. Para saber quién es el ser humano necesita siempre saber a quién pertenece. La dignidad del hombre es el eco de la trascendencia de Dios y no debe prevalecer una antropología sin Dios ni sin Cristo. Corremos el riesgo de volvernos individuos “light” para quienes la prioridad es surfear las complicaciones[43]; individuos que se construyen una identidad en base a sus hábitos de consumo; individuos, en fin, que olvidan que “yo soy yo, pero yo no soy mío”[44].
  12. Necesitamos de la lámpara del discernimiento. Podemos, tal vez, sin darnos cuenta, equiparar el valor incondicional de la persona con el absolutismo del individuo; la necesaria igualdad de derechos entre hombres y mujeres con una ideología del género que no se engloba única ni principalmente en el tema de los derechos de la mujer, sino más bien en el desplazamiento de la noción de libertad individual desde el “yo puedo hacer lo que quiera” al “yo puedo ser lo que quiera, con el agravante de que esa decisión autoafirmativa pretende imponer su aceptación por parte de los demás; la conveniente laicidad del Estado con el laicismo que anula los derechos religiosos en el ámbito público; el amor por la tierra y el medio ambiente con un ecologismo sin antropología ni justicia social. Será mejor pararnos y despertar nuestra conciencia, antes de que ella termine pensando, sin más, tal como se actúa en la práctica. En este horizonte Europa será el ágora de ciudadanos responsables que necesita.
  13. Una cultura europea que prescinda de la tradición cristiana, no sería más que, en el mejor de los casos, una ficción sin rumbo. Hay cantos de sirena que incitan a resetear nuestra historia, nuestra cultura e incluso nuestra naturaleza humana desde cero. Sin embargo, “el hombre no se crea a sí mismo, es espíritu y voluntad, pero también naturaleza”[45]. Por eso, como ya se preguntaban los antiguos, también nosotros hoy tenemos que recapacitar: cui prodest? Esto es, ¿a quiénes beneficia y a quiénes perjudica? ¿Qué mentalidad está en juego? ¿Hacia qué modelo de sociedad y de ser humano estamos yendo? ¿Es posible que estemos llamando democrático al utilitarismo de la mayoría y libertad a la capacidad de consumo del individuo?
  14. En nuestra cultura, se publicitan los logros como si fuésemos los inventores del progreso, por fin, sin el lastre pesado de las tradiciones. Habrá que podar el árbol, pero no dejarlo sin raíces. De lo contario, Europa podría ser una bella flor sostenida en un vaso de agua: una imagen hermosa sí, pero sin humus, ni vida por dentro: la comunidad del utilitarismo y del esteticismo, pero sin el cimiento de la verdad del ser humano. “¿No es motivo de sorpresa el que la Europa de hoy, mientras quiere presentarse como una comunidad de valores, conteste cada vez más el hecho de que haya valores universales y absolutos?”[46].
  15. Sin embargo, ¿puede haber algo más absoluto que la dignidad de cada ser humano, imagen de Dios? En cambio, cuando este valor se exceptúa a conveniencia, ya traspasamos un límite de no retorno que termina justificando, en aras del bienestar, la violencia y la manipulación contra el propio ser humano. Si no protegemos los valores incondicionales, esta o aquella persona, con su nombre y apellidos, con su situación real y particular, ya se ha convertido en relativa, es decir, en prescindible, o como nos dice el papa Francisco, en descartable. La fe cristiana aporta para nuestra Europa un horizonte en el que cada ser humano, cada persona, independientemente de sus circunstancias vitales y de su origen, desde el vientre materno hasta su último aliento, es un absoluto sagrado para Dios, y, por tanto, también necesariamente para el propio hombre[47].
  16. Hasta la ciudad del Apóstol Santiago venís de otros continentes, de otras nacionalidades y de otras culturas. Para vosotros, esas diferencias idiomáticas no suponen una barrera en la comunicación, todo lo contrario, lo vivís como un enriquecimiento que da la complementariedad. El Camino de Santiago da la oportunidad de convivir y compartir sin miedo ni desconfianza con el que es distinto. Constatamos en Santiago que todas las culturas están llamadas, sin perder sus matices, a abrirse unas a otras, y que cualquier ser humano puede reconocer en su semejante, forastero o desconocido, a su prójimo y a su hermano. “En Santiago, ciudad del extremo Occidente de Europa, confluye el entero Continente. En ella se encuentran el centro y la periferia. Es por tanto un lugar altamente simbólico para descubrir la gran riqueza de Europa unida en su tradición religiosa y cultural[48].

2. ¡PONTE EN CAMINO!

2.1 Escucha: Un éxodo hacia la interioridad con rostro

  1. En realidad, hay tantos motivos para peregrinar hasta Santiago como peregrinos; cada uno de estos motivos es de “carne y hueso”, hecho de las circunstancias concretas y personales de cada uno. Es Dios quien despierta estos porqués, ya que es quien llama, y es el único que, en realidad, conoce sus nombres. Es algo que no cabe en una estadística. En el camino el peregrino se retrae de la vida ordinaria que dejó al salir de casa para tomar la decisión de cortar con su rutina. Al concluir la peregrinación, y tras haber vivido esta experiencia, no pocos, como el patriarca Jacob, confiesan: “Tú estabas en este lugar y yo no lo sabía” (Gn. 28,16).
  2. Las confidencias y testimonios de los que peregrinan a Santiago conforman un vasto mosaico intercultural e incluso interreligioso de expectativas, historias personales y anhelos. Algunos peregrinos sintieron una llamada para un reencuentro con ellos mismos, sedientos del silencio que no les concede el ritmo frenético de sus quehaceres. Conscientes del hastío que les produce una sociedad de consumo, o una vida acomodada y sin retos, viven el asombro de descubrir la naturaleza como creación de Dios. La peregrinación fue para ellos un camino de pedagogía espiritual. Tal vez no llegan a poner un nombre al Creador del sol que los alumbraba en cada una de sus jornadas, o de quien hace caer la lluvia, pero descubrieron como una revelación lo que antes percibían con indiferencia, sintiéndose afortunados, y, además, volviéndose agradecidos[49]. Recibieron un vaso de agua como un tesoro y una palabra de ánimo o una indicación como un auténtico regalo. Su experiencia del camino les condujo a valorar lo que en sus vidas diarias les parecía algo trivial y natural, como si fuera “debido”, y aprecian en el contacto con los otros peregrinos la grandeza de lo aparentemente pequeño e insignificante. Se convierten a su vez en protagonistas para otros peregrinos de gestos y encuentros donde redescubren la frescura de la vida. Aquella anciana, aquel hombre, aquel lugar donde se encontró una sombra o una pequeña capilla, aquellos peregrinos, aquella fuente, aquel silencio… Sus pupilas reciben, como por vez primera, la pureza y singularidad con la que está revestida cada criatura[50]. Prestar atención a la belleza y cultivarla nos ayuda a salir del pragmatismo utilitarista. ¿Quién puede negar que en todas estas vivencias la Palabra por la que fueron hechas todas las cosas, estaba mostrándose? El profeta Isaías lo percibe así: “Me he dejado consultar por los que no preguntaban, me han encontrado los que no me buscaban; he dicho: “heme aquí, heme aquí” a un pueblo que no invocaba mi nombre” (Is 65, 1).
  3. El Camino de Santiago es un camino de trascendencia en el que se descubre que cada lugar, cada persona, encierra una hondura sacramental inesperada. Los esfuerzos y sacrificios de la peregrinación, las relaciones fraternas entre los peregrinos y quienes les acogen, provocan la lectura de un significado que enmudece la cultura pragmática y la realidad de lo inmediato en la que vivimos.
  4. En nuestra sociedad ha ido calando la idea de que, para poder empezar a pensar en los demás, antes hay que estar bien con uno mismo. Tal vez sea lo contrario. Sólo quien vive su vida hacia los demás, puede lograr la paz consigo mismo. Nuestro corazón empieza a pararse cuando nos ponemos a pensar mucho en nosotros mismos. Recupera sus latidos si nos entregamos en lo que hacemos para los demás: “si el grano de trigo no muere, queda infecundo, pero si muere, -es decir, si muere a su propio ego- da mucho fruto” (Jn 12, 24).
  5. El peregrino va descubriendo que sus búsquedas nacen y mueren en el hombre viejo. En cambio, a medida que camina, acoge una promesa, y va dejando de ser uno mismo para convertirte de verdad en el hombre nuevo. Deja de ser un manojo de pulsiones, de razonamientos y de conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan. “En definitiva, se trata de una superficialidad vanidosa: mucho movimiento en la superficie de la mente, pero no se mueve ni se conmueve la profundidad del pensamiento”[51]. Si uno quiere encontrarse de verdad a sí mismo, no ha de tener miedo a perderse, saliendo de su yo: “el que pierda su vida por mí la encontrará” (Mt 10, 39-40). Ha dejado de buscarse en su bienestar, peregrina y anhela su yo real, ese yo que todavía no conoce, descubriendo quien es Dios para él y cuál es la misión a la que lo llama. En Jesucristo, su Hijo, se le irá revelando.
  6. ¡Dichoso quien cree y camina sin todavía haber visto! “La sabiduría se manifiesta a los que no exigen pruebas y se revela a los que no desconfían de él” (Sab 1,2). El peregrino no debe dejarse lastrar por su pasado y ha de confiar poniéndose en camino hacia Cristo. En Él todas las promesas de Dios ya han tenido, sin vuelta atrás, para todos su sí definitivo (cf. 2 Cor 1, 19-20). La fe cristiana es la reacción decidida a la promesa de Dios para todos. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que Dios le pide, pero todos somos invitados a aceptar esta llamada: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio”[52]. No olvidemos lo que el Señor le dice a Pedro: “Cuando eras joven tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando sea viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras” (Jn 21,18). La fe ”ve en la medida en que camina, en que se adentra en el espacio abierto por la Palabra de Dios”[53]. Quien quiera ver, tiene que arriesgarse y prepararse para el encuentro con Dios, aprendiendo a nacer de lo (Cf. Jn 2, 3). Esa altura no está en la cima de la propia perfección espiritual, sino en la llanura del servicio a la realidad concreta de los demás, sobre todo de los pobres con sus necesidades y reclamos.
  7. La comunidad eclesial nos confronta con otras personas, en definitiva, con la realidad concreta y pecadora de la que participa quien quiere un Dios solo para él, que no vive en la tierra de los demás y que sirve para algunos momentos o para el confort espiritual. La fe dela Iglesia es luz que Dios te da para que la enfoquemos hacia los demás: “la fe transforma toda la persona, precisamente, porque se abre al amor”[54]. Sin ella, tal vez buscaríamos a “un Dios sin Cristo, a un Cristo sin Iglesia, a una Iglesia sin pueblo”[55]. Hemos de caminar orientados hacia Dios, no de espaldas hacia Él para que no nos suceda lo que dice el profeta Jeremías: “Pero no escucharon ni hicieron caso. Al contrario, caminaron según sus ideas, según la maldad de su obstinado corazón. Me dieron la espalda y no la cara” (Jer 7, 24). La Iglesia no camina de espaldas. Camina hacia adelante porque escucha la Palabra; con “un oído puesto en Dios y otro en el pueblo”[56]. No vive de la repetición de un pasado estéril, ni de la espera pasiva de tiempos mejores, ni se escuda en el “siempre se ha hecho así”[57]. Camina con el sentir de San Pablo: “olvidando lo que queda atrás, me esfuerzo por lo que hay delante y corro hacia la meta” (Flp 3, 13).
  8. En efecto, está en camino porque Cristo va por delante de ella. Es su futuro. Sin embargo, detrás de nosotros quedan nuestros atavismos individuales e institucionales. Hacia delante, está nuestro propio origen y razón de ser: el costado abierto del que se entregó por todos, del que nace la Iglesia. Así corremos hacia la perfección “pues un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien trascurre sus días sin enfrentar importantes dificultades”[58].
  9. En esta conciencia descubrimos que la interioridad es una puerta que se abre desde dentro, pero siempre hacia afuera[59]. Ser cristiano es mucho más que ser “bueno” en la vida privada, familiar o laboral. Podremos ser serviciales, dar generosamente de lo que tenemos e incluso recibir los sacramentos, pero, si colaboramos, aunque no sea de forma consciente y deliberada, con quienes se lucran con la injusticia o la perpetúan, individuos o instituciones, seríamos como las vírgenes necias (cf. Mt 25, 1-13). Se nos pide no ser cómplices, estar muy atentos y tener los ojos bien abiertos. ¿Acaso el cristiano puede tener paz espiritual mientras sus prójimos, Cuerpo de Cristo, están en la cruz?
  10. Una actitud espiritual evasiva busca una expansión íntima del corazón, pero al que le falta un prójimo, y, por tanto, la Iglesia. Cristo Resucitado no proporciona nunca un paraíso interior, sino que nos da la Paz y nos muestra las llagas de su entrega por todos. Tampoco conduce al automérito, que es la soberbia que mata el alma, poniéndonos a nosotros mismos o al propio grupo en un estrado, por encima de la Iglesia[60]. La fe cristiana es ajena al dolorismo que encumbra cualquier sacrificio por el hecho de serlo[61]. Hay un sacrificio que hace más consistente a la persona, cuando le descubre su realidad y le hace estar más atenta a las necesidades de su prójimo, pero hay otro que es vanagloria. El sacrificio también puede ser un semillero de egoísmo y resentimiento, pero si su motivación es la caridad, supone el contacto más puro con la realidad del otro. Cristiano es quien vive de una fe agradecida. No solo por haber salido gracias a ella de su noche, sino también precisamente por haber sido abandonado en ella, agradeciendo todos los hilos que han ido conformando su vida, porque sabe que todo le viene de la mano de Dios y está seguro de que Dios es el Padre bueno que no quiere más que nuestro bien, conduce nuestra vida por sus caminos hasta donde quiere llevarla, y nos indica que la fe es dejarle escoger a Él, y no escoger nosotros los caminos por los que mantiene a nuestra vida en dirección hacia Él.
  11. “Dios cuida de vosotros” (Mt 6, 5). En la oración podemos hacer la experiencia de esta verdad. Sin duda, necesitamos del sosiego y del silencio para saber quiénes somos. Salir de nosotros requiere experiencia de silencio, o más bien, de silenciamiento. Pero ese silencio no será mudo, ni impaciente esperando la próxima novedad[62]. La sabiduría se fragua en el silencio. En él la semilla de la Palabra va germinando en nosotros imperceptiblemente[63]. El silencio de la oración será el taller donde madurará. ¿Por qué sino Jesús enseñó a orar a los suyos urgiéndoles, ante todo, a que no empleen muchas palabras, como los gentiles? (cf. Mt 6,7). Todo lo contrario, cuando tu mente se silencie, Dios entonces podrá hablarte al corazón[64]. Y si de verdad quieres que Dios te escuche, no hagas nada contrario a la oración, para que Dios se acerque y camine a tu lado”[65].
  12. Tendemos a dar valor a las novedades que retumban ampliadas en los medios, aunque muchas de ellas sean fugaces. Cuando no se producen, es fácil imaginarse que no está sucediendo nada importante. Sin embargo, es en el día a día silente y constante, el ámbito en que la vida va germinando. Tampoco la hierba hace ruido mientras crece. Lo mismo la caridad que hace nacer la vida. Ella obra sin alardes ni publicidad. “Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha” (Mt 6,3). En esa caridad la Madre dio a luz al que es la vida, Jesucristo. Ella no se miró en el espejo de la propia grandeza, sino en el de la del Señor, del que ensalza en su canto diciendo: “a los hambrientos los colmó de bienes, y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1,53). Esta tiene que ser para nosotros la caridad ardiente de la Iglesia de la que estamos llamados a ser piedras vivas.

2.2. Construye: Hambre y sed de justicia, mensaje de los pobres

  1. Nuestras sociedades llamadas desarrolladas han de valorar la libertad y la alegría que se pueden disfrutar con un estilo de vida austera. En nuestro pequeño occidente se respira una mentalidad que rechaza instintivamente todo tipo de privación y desperdicia la oportunidad que esconde el no disponer inmediatamente de las cosas. Por supuesto, la miseria deshumaniza a personas y a sociedades enteras[66]. Nuestra actitud, a veces absorbida por un consumismo instantáneo, se ve inmersa en niveles paralelos de bienestar y de indiferencia, de bienes de consumo y de vacío interior.
  2. Jesús en el Evangelio proclama: “Bienaventurados los pobres porque vuestro es el Reino de Dios” (Lc 6,20). A esta bendición del Salvador solo pueden tener acceso los humildes. Por supuesto, la miseria es inhumana, pero la opulencia es la carcoma del corazón y vacía la vida de sentido, generando en no pocas ocasiones la miseria para otras personas. El Apóstol Santiago fue llamado por el Señor, para seguirle por los caminos de su misma pobreza: “Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Mt 8,20). De hecho, al discípulo del Señor el hambre le hizo arrancar espigas en sábado, bajo la mirada condenatoria de los fariseos (cf. Lc 6, 1-5).
  3. El hambre y la sed se experimentan de forma directa. No pocos seres humanos pasan hambre y luchan diariamente para esquivar la muerte[67]. A quienes nos ha tocado vivir en sociedades que pueden contar con más de lo necesario, hacer la experiencia del hambre y la sed puede llegar a ser una oportunidad para un descubrimiento más hondo y real de nuestra condición humana. La austeridad afina el oído interno para discernir mejor la voluntad de Dios, a la vez que da la oportunidad de hacer justicia a los más necesitados. La Iglesia nos presente el ayuno cuaresmal como una pedagogía para la mente y el corazón. Sus desviaciones fueron denunciadas por los profetas y por el propio Jesús. Tal vez lo hemos reducido a una costumbre que no nos ayuda a ver el sentido que desvela la Escritura: “Este es ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, librar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos. Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria  de Dios” (Is 58, 6-8). “Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan… Tú en cambio cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre que ve en lo escondido, te recompensará” (Mt 6, 16-18).
  4. Al mirar a nuestras generaciones de mayores advertimos que la escasez ha sido el aguijón de su iniciativa. ¡Cuántos padres y madres alimentaron y educaron a sus hijos en medio de la penuria material, gracias a su creatividad e ingenio! En su infancia, la falta de medios les hizo abundar en imaginación para sus juegos compartidos con otros niños en las calles y plazas. Tampoco es infrecuente que, en nuestras sociedades, no pocos, al tocar fondo, desarrollen la fuerza que los capacita para reflotar sus vidas. Puede resultar extraño para una cultura que idolatra el bienestar, pero la necesidad puede llegar a ser maestra de la vida.
  5. En nuestro hoy, el hambre y la sed salen también a nuestro encuentro. Dejan de ser sensaciones creadas artificialmente por la sobreoferta de productos[68]. Son un lenguaje del cuerpo que encierra todo un mensaje para nuestra alma. La dureza del camino ayuda a descubrir matices de la existencia, que estaban ya ahí, aguardando la atención debida. La peregrinación es una oportunidad que pasa inadvertida en el día a día pero que nos descubre las raíces de lo humano. Estas raíces, en un primer momento, resultan áridas y de sabor amargo pero evidencian en el propio cuerpo la dependencia del ser humano y su vulnerabilidad, es decir, su verdad. Esta experiencia ayuda a poneros en el lugar de quienes la necesidad es su “pan” diario. Revela, además, que la autosuficiencia es una ficción creada por las llamadas sociedades desarrolladas y que la abundancia de bienes nubla la mente y endurece el corazón. En esta experiencia se percibe, también, que una mochila cargada de cosas no ayuda a caminar, y que lo que el consumismo califica como imprescindible, es, en realidad, el señuelo para que caigamos en la telaraña.
  6. Para el peregrino que va ligero de equipaje, el corazón se le llena de realismo y se le vacía de lo superfluo. Las raíces que saborea producen entonces alimento: “En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir, así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa. Y en el desierto se necesitan sobre todo de personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza”[69].
  7. Tanto el precursor del Salvador, Juan Bautista, como el profeta Elías afrontaron con valentía ese desierto. De esta forma, su vaciamiento dispuso que la Palabra encontrara un día espacio en la libertad. La Biblia nos descubre que el desierto es mucho más que una magnitud geográfica. Es también una necesidad vital para el alma. Además, es el vacío desnudo de un combate espiritual, como lo vivieron los Padres y Madres del desierto[70], hombres y mujeres que poblaron los yermos de Egipto, Siria, Capadocia y Palestina buscando la unión con el Absoluto. Para quien camina por un desierto donde Dios puede hablarle al corazón y encontrarle, la peregrinación es el lugar del cuestionamiento de hábitos y prejuicios, el silenciamiento y la desnudez de la mente, para que se pueda escuchar a Dios en el corazón y hacer la experiencia que hizo la Virgen María que nos trajo la Vida. Recordamos las palabras del profeta Oseas: “La llevo al desierto, le hablo al corazón, le entrego allí mismo sus viñedos y hago del valle de Acor una puerta de esperanza” (Os 2, 16-17).
  8. El Camino da la oportunidad de advertir la verdadera sed y la auténtica hambre: “hambre y sed de justicia” (Mt 5, 6). El Resucitado nos interpela diciéndonos: ¡El que tenga sed, que venga a mí y beba! (Jn 7,37). Por eso, si queremos cambiar este mundo herido de inhumanidad, porque nos vemos extraños en la tierra del olvido de Dios y de la injusticia de los hombres, hemos de buscar la fuente que mana y corre aunque es noche como escribía san Juan dela Cruz. La fuente es Cristo que nos dará a beber de su Espíritu para transformarnos y no apagar nuestra sed de justicia.
  9. Todos los cristianos, y la Iglesia como tal, estamos llamados a ser peregrinos. La misma palabra parroquia, en su etimología significa residencia en el extranjero. Abrahán peregrinó en la Tierra prometida como en tierra extraña, habitando en tiendas, lo mismo que todos los que son de su descendencia, confesándose extraños y forasteros sobre la tierra (cf. Hb 11,9.13). Es claro, que para quien es de verdad cristiano, la realidad que vivimos está lejos de ser el Reino de Dios realizado definitivamente en Jesús. Por eso, la Iglesia vive del Evangelio y estimula la esperanza de un mundo distinto. Ese mundo nuevo está ya trazado con los colores reales de la enseñanza y de la acción de Jesús, y del testimonio de incontables santos, confesores y mártires, también los de nuestros días. Por eso, la esperanza cristiana, es mucho más que una simple espera. Es el don de Dios que moviliza y suscita la caridad para transformar desde su raíz esta sociedad y este mundo.

2.3. Confía: La esperanza probada del discípulo

  1. “Haz que resuene en lo alto la esperanza”[71], son las palabras orantes que Dante ponía en boca de Beatriz dirigidas al apóstol Santiago. “Toda mi esperanza no estriba sino en tu muy gran misericordia. Da lo que mandas y manda lo que quieras”[72], escribió san Agustín. “La esperanza no defrauda” (Rom 5,5). “Se dirige a Dios en su bondad, en su justicia, en su misericordia como fin último al que todo se ordena”[73]. No os detengan, peregrinos, las dudas que puedan asaltaros, porque “vivir de la esperanza no suprime los problemas de nuestras vidas […] Nunca en nuestra historia, tras el pecado original, ha existido un paraíso terrenal”[74]. Quizá os veáis muchas veces juzgados en vuestro ambiente de trabajo, o incluso entre vuestros propios amigos y conocidos por ser cristianos, aunque no sea como en los países donde sí hay persecución y los cristianos llegan al martirio. Algunas de las críticas responden a un intento honesto de deciros la verdad, pero otras, posiblemente no. Querríais tener una respuesta inmediata para todos esos cuestionamientos que os vienen de fuera, pero, en el fondo, os dais cuenta de que dar razón de la fe (1Pe 3,15) no es solo tener argumentos claros que no contentan a quienes no creen. Serían, en todo caso, argumentos que tapan la boca, pero no alcanzan a las actitudes. Por otro lado, la Iglesia es santa, no por nuestra santidad particular o nuestra coherencia evangélica, sino porque en ella Jesús, nos está santificando mediante su entrega y su perdón.
  2. Otras veces, esos mismos interrogantes u otros similares nacen de vosotros mismos. No me refiero a lo que llamamos a veces “dudas de fe”, esas que no llegan al corazón, que no pasan de ser preguntas ante las “verdades” que hay que creer, sino a la tentación que alcanza de lleno al núcleo de vuestro compromiso cristiano: ¿Vale la pena? ¿Y si Dios no pide tanto? ¿Para qué preocuparme de los demás?[75]
  3. Los momentos de prueba o tentación son la oportunidad para deshilvanar nuestra autosuficiencia en la fe y de fortalecerla con la esperanza puesta sólo en Dios. Es una ocasión para poner los pies en la tierra y reconocer que la fe es un continuo don suyo, no un convencimiento propio, y que si por un solo instante nos soltásemos de su mano, nos perderíamos en el vacío. El entusiasmo del joven Apóstol Santiago tuvo que irse aquilatando por la pregunta que le hace Jesús a él y a su hermano Juan: “¿Sois capaces de beber el cáliz que yo beberé o ser bautizados con el bautismo que yo voy a ser bautizado?” (Mc 10,38), esto es, ¿sois capaces de seguirme hasta el final? ¿Sois capaces de cargar vuestra cruz y seguirme? (Lc 14,27). La tentación nos deja a las puertas de la pregunta que Jesús nos hace. La respuesta solo la podemos dar nosotros. Ahí está la dificultad, pero también la oportunidad de madurar nuestra fe. Cuando sufrimos esos momentos de tentación también tenemos la oportunidad de dar con nuestras motivaciones reales en nuestro compromiso cristiano y así, discernirlas. Por eso, examinaos cada día delante de Dios, poniendo la mayor atención posible sobre vosotros mismos. Bucead en vuestro corazón con la luz de la Palabra para descubrir entre tus barrancos las resistencias a su voluntad: Aunque no me venza el amor del dinero, aunque no me ate el cuidado de las posesiones y de las riquezas, no obstante, estoy deseoso de alabanza y busco la gloria humana, dependo de las caras y de las palabras de los hombres, de qué piensa aquel de mí, de qué estima me concede, de no disgustarlo, de si le agrado… mientras busco estas cosas, soy su esclavo. Yo querría actuar por lo menos de tal modo que pudiese ser libre”[76].
  4. Seguimos la divina enseñanza del Salvador, pidiéndole: “no nos dejes caer en tentación”, es decir, ¡Padre, tú que nos conoces, no nos lleves a la prueba! Oramos así todos con confianza en Él, al presentarle el sincero reconocimiento de nuestra fragilidad y del poder de su misericordia. San Agustín escribió: “Confiese, pues, lo que sé de mí, confiese también lo que de mi ignoro, porque lo que sé de mí, lo sé porque tú me iluminas y lo que de mí ignoro no lo sabré hasta tanto que mis tinieblas se conviertan en mediodía en tu presencia”[77]. Porque sabemos que lo que somos se lo debemos a la fe, y no a nuestras obras. Como Abrahán, que creyó y le fue contado como justicia (cf. Gal 3, 6). Habéis experimentado posiblemente que la prueba y la tentación os han hecho más fuertes en humildad y más débiles en vuestra presunción: “Si antes no has cumplido muchos trabajos, si no has superado muchas pruebas y tentaciones, no merecerás recibir los preceptos de la libertad y escuchar del Señor: Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud”[78].
  5. “Sin entrar en las tentaciones es imposible adquirir la sabiduría del Espíritu. El hombre que no es capaz de una tentación grande, tampoco lo es de un don grande. Como Dios aparta a ese hombre de la grandeza de la tentación, así reduce también la grandeza del don. Dios no concede jamás un gran don y una tentación pequeña. Nadie puede gustar el bien sino el que primero ha sido probado por la tentación de las cosas adversas”[79].
  6. En ocasiones, brota de nosotros el mismo grito de aquel padre hacia Jesús, ante la enfermedad de su hijo: “¡Creo Señor, pero ayuda mi falta de fe!” (Mc 9, 24). Quizás nos confunda: ¿no es la fe seguridad? ¿Cómo expresa ese grito a un tiempo fe e incredulidad? Sin embargo, nos preguntamos, ¿no es esa tal vez, nuestra misma inquietud y acaso nuestra perplejidad? ¿No nos pone en la tentación las injusticias de las que somos testigos, la indiferencia de nuestra sociedad, la tibieza de los que nos llamamos cristianos, o el letargo de nuestras comunidades eclesiales? ¿No nos hacen dudar, también, la falta de respuesta inmediata de Dios a nuestras demandas y exigencias? ¿No habría que despertar a Jesús dormido sobre un cabezal en la popa de la barca, como hicieron sus discípulos? (cf. Mc 4, 35-40). Protestamos tal vez con el profeta Habacuc: “Tus ojos, puros para contemplar el mal, no soportan ver la opresión. ¿Por qué, pues, ves a los traidores y callas, cuando el malvado se traga al justo?” (Hab 1,13).
  7. Recorriendo el Evangelio nos damos cuenta de que Dios no quiere el mal que provocamos las personas; Jesús lo combate, pero también lo sufre. Ninguno de los hijos de Dios padece injusticia sin que le alcance de lleno a, mismo Cristo: “Lo que hicisteis a uno de estos los más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt. 25). Si lo que buscamos es una explicación, Dios entonces nos ofrecerá su silencio. El silencio infinito de su Hijo crucificado. Su entrega libre y la injusticia que padeció, enmudece cualquier razonamiento o explicación de lo que debería o no debería suceder. Si, además, buscamos cambiar las cosas, Dios nos ofrece entonces la esperanza.
  8. La esperanza cristiana nada tiene que ver con un efímero sentimiento optimista; mucho menos con la confianza de que las cosas, por sí mismas, acabarán yendo a mejor. Tampoco es simplemente esa espera paciente mientras pasa la tormenta. Esta disposición puede ser útil en alguna ocasión, pero la esperanza cristiana no es eso. Nace de la fe que hemos recibido, y, al igual que ella, se apoya en Jesús. La esperanza cristiana es esperanza en él. Si hemos puesto nuestra fe en él, descubriremos que lo que hasta ahora imaginábamos como un futuro utópico, es realidad en él, en el ahora de Dios. El que contemplamos crucificado vive ahora vuelto hacia todos los que están -como estaba él-, en la cruz. Si no fuera así, nuestra esperanza no tendría fundamento (cf. 1Cor 15, 14). “En la raíz de la pérdida de la esperanza está el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo[80].
  9. Por eso, ¡ánimo! Tenemos la seguridad de que somos creyentes mientras no dejemos de peregrinar; recibimos la esperanza cristiana mientras nos alcance el dolor de los demás y no nos quedemos en la indiferencia. Nuestra fe está viva mientras soportamos en silencio el cuestionamiento de los demás y nuestra impotencia para anularlo. Hemos de echar el ancla de nuestra pequeña navecilla en Jesús que nos dice como le dijo a Pablo: “Te basta mi gracia. La fuerza se realiza en la debilidad” (2 Cor 12,9). ¡Dichosos si nuestro peregrinar acrecienta la necesidad de apoyarnos en Dios! “Alégrese el corazón de los que buscan al Señor” (Sal 104,3).
  10. Esta necesidad se alimenta de un encuentro que no harta, para que no dejemos de buscar y gozar de Dios: “Quien no ha gustado algo ignora lo que le falta, dice san Basilio el Grande. Pero quien lo ha gustado, desea mucho. El que ha gustado la dulzura de los primeros mandamientos y sabe que llevan poco a poco a la imitación de Cristo, tiene un gran deseo de asimilarse los demás. Vislumbra el más oculto de los misterios de Dios encerrado en las divinas Escrituras, y tiene una enorme sed de comprenderlo. Y a un mayor conocimiento se despierta una sed más viva y ardiente, como si se tratara de beberse una llama. Pues lo divino es incomprensible. Se permanece siempre en la sed”[81].
  11. En la medida en que su esperanza se debilita, la Iglesia corre el riesgo de caer en el inmovilismo, cediendo a la tentación de establecerse como institución meramente humana. En lugar de caminar audazmente hacia adelante con la mirada puesta en la promesa de Dios, busca hacia atrás su refugio en las estructuras sociales y culturales del pasado. La esperanza que moviliza da a la Iglesia su identidad y su programa.

 

2.4. Testimonia: La caridad sabe ver

  1. A lo largo del Camino de Santiago, los peregrinos reciben la hospitalidad de instituciones religiosas y particulares, que os ofrecen encuentros para compartir las vivencias de vuestra peregrinación. Sobre todo, momentos de oración y de celebración de los sacramentos en los que pueden reavivar el espíritu entrando en contacto con Dios y compartiendo su fe. También reciben la atención y el cariño de los que se adelantan a vuestras necesidades. Son momentos en los que un pequeño detalle tiene la enorme recompensa de un sentido agradecimiento.
  2. En las iglesias y en los albergues la celebración litúrgica no es un rito extraño a la vida del peregrino, sino que se hace respuesta a su demanda de sentido, buscada, a menudo, en otros ámbitos. En la liturgia, el Espíritu transforma realmente a las personas y, con su gracia, las hace disponibles para acoger el momento de la salvación. El cristianismo no es la religión de la transmutación de elementos químicos, sino de las propias personas.
  3. Movido por la hospitalidad, tan valorada por los pueblos del desierto, Abrahán se levantó desde la puerta de su tienda para acoger en lo más caluroso del día a las tres personas que aparecieron ante sus ojos, postrándose ante ellos (cf. Gn 18, 1). Entre sus descendientes se mantendrá el recuerdo de que la tierra es propiedad de Yahveh, por lo que se saben huéspedes en ella. El mismo Señor nos dice que quien hospeda a un extranjero le está hospedando a Él mismo: fui forastero, y me acogisteis” (cf. Mt 25, 31-46).
  4. Marta y María, hermanas de Lázaro, acogieron al Señor (cf. Lc 10, 38-42). Su encuentro con Jesús nos pone ante un desafío permanente. Marta estaba más pendiente en las cosas que hay que hacer para la casa que atenta al propio Jesús. Sin embargo, María – según le dice él mismo – ha escogido la parte mejor”. Ella estaba escuchando su palabra sentada a los pies del Señor. Por supuesto, ¡hay que valorar el trabajo de Marta! Al igual que el de muchas mujeres que son el alma del hogar y de la familia, sobre todo, cuando tienen que compaginarlo con su vocación profesional. María había elegido la mejor parte, al decir del Señor. Es María quien no se desentiende de las necesidades de su huésped. Marta perpetúa el papel servil de la mujer mientras que María se incorpora al grupo de los discípulos al escuchar al Maestro. Estaba a sus pies, signo de hospitalidad por antonomasia con el que el anfitrión recibe al recién llegado para lavarles el polvo del camino y ungirlos con perfume. No realizó esta tarea Simón, el fariseo, cuando invitó a comer a Jesús (cf. Lc 7, 36-8,3).
  5. Todo esto nos está avisando de que hay un lugar privilegiado para la escucha de la Palabra: a los pies del Señor, esto es, a los pies de su Cuerpo, que son los últimos de nuestra sociedad[82]. Por eso, la escucha perfecta de la Palabra de Dios necesita de un templo más amplio que nuestras iglesias. Ese templo es también mayor que el interior de nuestro pequeño corazón. Para poder llegar hasta las puertas de ese templo, no construido por manos humanas” (cf. 2 Cor 5,1), necesitamos cruzar el atrio de la caridad. Si esta no está en nosotros, no podremos permanecer a la escucha de la Palabra de Dios.
  6. El Papa Francisco nos señala con claridad los dos lados del “precipicio” en el que podemos caer: Lamento que a veces las ideologías nos lleven a dos errores nocivos. Por una parte, el de los cristianos que separan estas exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor, de la unión interior con él, de la gracia. Así se convierte el cristianismo en una especie de ONG. A los grandes santos ni la oración ni el amor de Dios, ni la lectura del Evangelio les disminuyeron la pasión o eficacia de su entrega al prójimo, sino todo lo contrario. También es nocivo e ideológico el error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo como algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo”[83].
  7. Tal vez preferiríamos contemplar al Señor únicamente en la serenidad de la oración, o, por el contrario, en la acción social y visible en favor de los demás, pero estamos llamados a reconocerlo allí donde él se esté acercando a nosotros. No sólo donde elegiríamos encontrarlo. ¿No será mejor que Él libremente escoja en nuestro lugar? Si es en la contemplación, que nos halle en el celo de la obediencia a su voluntad, y si es a los pies de Cristo, sirviendo a los más necesitados, que nos encuentre fervientes en la caridad.
  8. “La caridad sobrenatural es la unión íntima de Dios con nosotros: él vive en nosotros y nosotros somos sus hijos”[84]. Solo la caridad sabe ver. Alcanza a percibir la presencia real de Jesús en las biografías de nuestros prójimos descartados[85]. Esta caridad no se repliega en la emotividad; todo lo contario, sale al paso y se anticipa, crea la realidad que está aún por venir, y activa la esperanza perdida de los últimos, porque viene de Jesucristo, el futuro definitivo de Dios para cada uno de ellos. Esta caridad manifiesta su Reino y su presencia en medio de nosotros[86]. Ella reconstruye lo que estructuras inhumanas y el pecado personal destruyen: la dignidad y la alegría. Por eso, la persona que vive la caridad, no se hace cómplice de la injusticia mirando a otra parte, ni observa de lejos o desde arriba a los que sufren[87]. Se detiene ante quien sufre cuando los demás dan un rodeo y pasan de largo; sus entrañas se conmueven en la defensa de la dignidad humana y trata de que las heridas no las sufra solo quien las tiene. ¿Puede haber algo que, simultáneamente nos acerque más a Jesucristo a la vez que a los últimos?
  9. En la caridad, don de Dios, tiene lugar el encuentro personal con Cristo. Ella se celebra en la eucaristía como su motivación concreta y como su plenitud. Así que, cada vez que salimos de nuestro propio yo para ir al encuentro de quien nos está necesitando, cada vez que cargamos sobre nuestras espaldas al que está malherido en medio del camino, cada vez que promovemos la justicia y la verdad en esta sociedad, de algún modo, estamos ya preparando el altar de la Eucaristía. En ese prójimo herido está Dios, porque en él está el Señor crucificado, y en su altar para la eucaristía tiene cabida todo amor por el otro. Ahí nos reparte su propio amor Jesucristo, dándose a nosotros a través de los dones del pan y el vino, consagrados en el fuego de la Caridad, que es el Espíritu Santo, para que nosotros nos convirtamos en un pan de vida para los demás[88].
  10. A veces podemos olvidar que la celebración de la eucaristía es inseparable de la comunión entre nosotros. No es un acto de devoción particular. El sacramento del altar es una realidad comunitaria, que nos ayuda a descubrir que lo que pueda llamarse solidaridad entre los hombres ya tiene un sentido eucarístico. Porque la Eucaristía no es solo un sacramento a celebrar sino también a imitar. ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros, porque os he dado ejemplo para que hagáis lo mismo que yo he hecho con vosotros” (Jn 13,13-17). Quien participa de la entrega a los demás, participa de la comunión con Jesús.
  11. Al celebrar la Eucaristía recibimos el cuerpo santísimo de Jesucristo, nacido de María, muerto y resucitado por nosotros; pero comulgamos también con la Iglesia, esto es, no sólo con quienes celebramos el sacramento, sino además con los que Jesús declaró bienaventurados. No separemos los dos cuerpos, acogiendo el uno sin recibir el otro. La comunión con Cristo es, al mismo tiempo, unión con todos los demás a los que él se entrega[89]. Comulgamos al Santo en la eucaristía, y con nuestra caridad estamos comulgando con su Cuerpo místico: “¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo, y con su palabra llevó a realidad lo que decía, afirmó también: Tuve hambre, y no me distéis de comer, y más adelante: Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeños, a mí en persona me lo dejasteis de hacer. ¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro si el mismo Cristo muere de hambre?”[90].
  12. Al final de la jornada, bien la de cada día, bien en la última que se nos conceda, cada uno será semejante a la caridad que haya vivido. Todos, al llegar a nuestro final, estaremos libres de la carga de la posesión. Pero ese día existirán dos tipos diferentes de pobres: los que vivieron solo para sí y los que mostrarán las llagas de sus manos vacías[91]. A estos, Jesús les multiplicará la cosecha de su caridad colmándolos de alegría (cf. 2 Cor 9,7), y les dirá: Venid, benditos de mi Padre, fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25, 35). Por eso, San Pablo nos asegura que ahora subsisten estas tres, la fe, la esperanza y la caridad, pero la mayor de todas, es la caridad” (1 Cor. 13,13). De modo que la caridad es lo único que quedará cuando todo lo demás desaparezca. “La eucaristía se llama comunión, porque por ella comulgamos nosotros con Cristo y recibimos su carne y su divinidad, y por medio de ella nos unimos y comulgamos unos con otros, ya que por participar de un mismo pan somos todos un mismo cuerpo de Cristo y una misma sangre y venimos a ser miembros los unos de los otros, puesto que somos concorpóreos de Cristo”[92]. Ahora sabéis que, si vivís la misma caridad de Jesús, seréis llamados hijos del Altísimo (Lc 6,35).
  13. El sepulcro del Apóstol se encuentra en un extremo del occidente europeo, no en su centro estratégico[93]. Esto nos sensibiliza para lanzar una llamada desde la ciudad de Santiago para que Europa acoja, sin perder su identidad, a los que vienen de todos los extremos de la tierra. Esta es la experiencia de encuentro que hacen los peregrinos en nuestra Catedral. La diferencia, cuando es vivida desde el mismo Espíritu, nos constituye en un solo cuerpo.
  14. El Reino de los cielos se parece a un rey que le dijo a su criado: “Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos” (Lc 14, 21). Nosotros somos los criados llamados a convocar, desde el banquete de bodas, esto es, desde la Eucaristía que celebramos, a todos los que les falta el pan de la paz, del alimento, de la justicia, de la dignidad, para que sean acogidos en la sala y también se sienten en la mesa de su Reino y coman con nosotros del Pan de vida. Ese día la eucaristía estará completa, porque todos estaremos sentados a la mesa.

3. SANTIAGO TE ESPERA

3.1. Una puerta estrecha

  1. Los peregrinos percibís cuando os adentráis en Galicia que está configurada geográficamente por pequeñas parroquias, la mayoría, de ámbito rural. La Iglesia sabéis que congrega a cientos de millones de personas de todo el mundo; es, ya a primera vista, universal, pero, sobre todo, católica: se deja sentir en cada pequeña aldea de nuestras diócesis, sobre todo, cuando sus vecinos se congregan en el domingo para escuchar la Palabra y participar del Pan compartido. La Iglesia es católica porque vive la totalidad, no excluye nada, por pequeño que parezca. De modo que, en la vida de fe de cada pequeña parroquia, resuena y se hace presente la catolicidad, vivencia plena de la salvación que es Jesucristo. La misma Iglesia, alentada por el Espíritu, brilla en su catolicidad cuando está convertida hacia todos los hombres sin exclusión[94].
  2. La Iglesia Católica además se hace peregrina con las demás Iglesias y comunidades eclesiales para que se haga efectiva la unidad de todos los cristianos. El cuerpo de Cristo no puede estar dividido. Por eso, el ecumenismo es un deber sagrado para nosotros. Esto nos lleva más allá de manifestaciones de buenas intenciones, precisando también de iniciativas concretas. Así, en nuestra ciudad de Santiago, comparten un mismo espacio sagrado, una pequeña iglesia, anglicanos, ortodoxos y protestantes, para que el mismo Espíritu que nos hace cristianos, nos ayude a vivir la comunión entre nosotros peregrinando hacia la unidad.
  3. Cuando finalmente llegáis a Santiago, entráis en su catedral pasando por la Puerta Santa. Realizáis un rito que simboliza vuestro proceso de conversión, ya que habéis dado la espalda a vuestro pecado y pasáis a una vida nueva, recordando aquellas palabras de Jesús: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan” (Lc 5, 32). En la vida ordinaria, cuando atravesamos una puerta, entramos en la intimidad de una casa. Sin embargo, el hogar de Dios no es ningún cenáculo privado, sino el de la humanidad entera: Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8, 19-21). Por lo cual, hacerse “familia” del Señor es una posibilidad ofrecida a todos, pues todos podemos participar de ella, si accedemos por la puerta estrecha de la conversión hacia Dios y hacia los demás. Todos tenemos esa oportunidad porque fue Dios mismo, con su encarnación, el que se hizo miembro de la familia humana, entrando así en la intimidad de los hombres y dando la vida por todos.
  4. La Puerta Santa hace referencia Cristo que nos dijo: “En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas… Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos” (Jn 10, 7.9) y tiene su realidad en aquel que se hizo carne de nuestra carne y nació de María Virgen, la Primera Discípula del Señor y Madre de la Iglesia. Él, “siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, al contrario se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres” (Filp 2, 6-7), desde su nacimiento hasta su muerte. Su humanidad, semejante en todo a la nuestra, excepto en nuestro pecado que nos deshumaniza y divide, es el sacramento viviente del encuentro con Dios y entre nosotros. Por eso, si enfocamos hacia él todas nuestras energías, nos estaremos haciendo por ello mismo, más humanos.
  5. Verdaderamente, no podía ser otro el acceso al Año Santo que celebramos. La casa de Santiago el Mayor, espaciosa para acoger a todos, debía tener la puerta estrecha de su paulatina conversión al Señor: “Entrad por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el espacio que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos” (Mt 7, 13-14). El Apóstol tuvo que ir aprendiendo que su intimidad con el Señor, junto con Pedro y Juan, no implicaba una ventaja sobre los demás, sino más bien la voluntad divina que quiere contar con todos los hombres. Tuvo que dejar atrás el ímpetu y triunfalismo del recién convertido -quería vengarse de los “impuros” samaritanos, por los que también estaba dando la vida su Maestro-, y admitir su pusilanimidad en el huerto de Getsemaní: Velad y orad para no caer en la tentación” (Mt 26,40). Solo cuando en Pentecostés recibió el Espíritu del Resucitado, comenzó a desplegar su vocación de ser pescador de hombres, esto es, haciendo partícipes a todos de la vida del Salvador. Fue discípulo hasta las últimas consecuencias, pasando por la puerta estrecha del martirio por decisión del rey Agripa I.
  6. La casa de Santiago, esculpida con las manos de la fe, testimonia el Evangelio a todos los que se acercan a ella: se accede a la catolicidad, a la plenitud de Jesucristo, por el sacramento de lo concreto y real, por la puerta estrecha. Entrando por la puerta del Evangelio descubrimos que para Dios no hay nadie prescindible, por pequeño que sea a ojos de los hombres, y que la Iglesia es vocación de apertura a todos.
  7. Quien peregrina es consciente de que no ha sido su iniciativa la que le ha hecho entrar en la nueva vida, como tampoco lo fue para Santiago, sino del propio Cristo, quien busca, llama y espera: “Mira que estoy llamando a la puerta. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20). Él está a la puerta y llama. No entrará sino le abrimos, ni tampoco nos preguntará antes si para poder abrirle somos dignos de que él entre en nuestra casa, sino, si tenemos necesidad de él. La eucaristía, si bien es la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”[95]. La Iglesia no es el grupo de los mejores, sino de los que están en camino hacia Cristo llamados por él. Ella no solo es la que abre cuando los pobres llaman a su puerta, también sabe que llega a Jesucristo a través de la puerta viva que son ellos.
  8. Para los que habéis peregrinado con espíritu de penitencia y de conversión, cruzar la Puerta Santa es una renovación de vuestro bautismo. Como los antiguos marinos, habéis tirado por la borda la carga de vuestro pecado para no naufragar entre las olas. Dejasteis atrás todo lo que os estorbaba, y habéis asumido un “yugo suave y una carga ligera”. Esa carga ligera no es pesada, todo lo contrario, da fuerzas para avanzar, porque vuestra vida recibe con ella un sentido, y, por tanto, una dirección y un impulso. En esa carga hay siempre un para alguien concreto: vuestras familias, vuestros compañeros de trabajo con los que os ganáis el pan y mejoráis esta sociedad, jóvenes y niños si sois sus catequistas o educadores en la fe, los extranjeros a los que acogéis, también los enfermos y mayores a los que cuidáis. El llevar esa carga es lo que el Papa llama “la santidad de la puerta de al lado”[96]. Comprobamos al revitalizar nuestro Bautismo que, en realidad, era nuestro miedo y nuestro egoísmo lo que nos sobrecargaba, y que ahora, la carga ligera de nuestro cuidado por los demás, es la que nos ayuda a caminar y nos impulsa a hacerlo.
  9. Ahora nos damos cuenta de que nuestro compromiso cristiano consiste en saborear el cáliz de la realidad; dejarse sumergir en ella, en su aparente paradoja y sinsentido; consentir a la muerte de nuestro ego; asumir en nuestras entrañas la realidad con sus rostros concretos, para luego resurgir con ellos, como lo hizo Jesús por nosotros al dar su vida y resucitar por todos: sus heridas nos curaron” (1 Pe 2, 25). Para esto mismo hemos sido bautizados o podéis bautizaros. Como Santiago, podemos ser pescadores de hombres según la vocación ala que el Señor nos llama, sabiendo que nuestra fe no estaba necesitada de muchos razonamientos, sino de madera, la madera de la cruz que nos pone en la realidad, en el contacto con lo humano. Es posible que puedas decir como San Agustín: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y ved que tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, más yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas  que si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste y abraséme en tu paz”[97].

 

3.2. Sandalias para una esperanza

  1. Para la Iglesia en salida que queremos ser, necesitamos unas sandalias nuevas, las de la esperanza. Las que el padre de la parábola mandó poner al hijo pródigo (Lc 15, 22). Las sandalias nuevas para seguir a Cristo son las que recibimos al ser reconciliados con Dios y con el prójimo. Esto requiere la purificación de todos nuestros dinamismos excluyentes personales y eclesiales. Se necesita, además, del perdón de Dios sacramentalmente celebrado y compartido. El sacramento de la Penitencia no reconcilia únicamente con Dios, sino también con los demás, cuerpo de Cristo, a quien nuestro pecado hiere. De esta forma, podremos, una vez reconciliados unos con otros, presentar nuestra ofrenda ante el altar (cf. Mt 5, 23-24), pues en lugar de estar sometidos a nuestros deseos, nos hacemos como Santiago, amigos del Señor, y esclavos unos de otros por amor (cf. Gal 5, 13-15). Necesitamos celebrarlo, pues quedarse a solas con el propio mal es quedarse completamente solo, y lo necesitamos también para recibir el sí palpable y concreto del perdón de Dios; perdón que fácilmente nos confeccionamos para nosotros mismos y que, quizá, luego, negamos a los demás. La esperanza se recorre con sandalias nuevas. El vino nuevo de Jesús necesita de odres nuevos. A esto advertía Jesús anunciando su Reino y urgiendo a la conversión.
  2. En nuestro renacer cristiano nos damos cuenta de que la Iglesia, no pendiente de su prestigio ni del reconocimiento de los hombres, sigue a Cristo crucificado y a él y a Dios Padre quiere darle gloria. Por eso, las sandalias nuevas de la Iglesia son las de la esperanza, porque nos facilitan el caminar, y “pisar” aclamaciones o rechazos al seguir a Jesús, sin desviarnos ni a izquierda ni a derecha de nuestra misión de nuestro servicio a los hombres. Son las que nos hacen caminar, con poder de pisar serpientes y escorpiones (cf. Lc 10, 19). La Iglesia es así libre, para no caer en el triunfalismo, pues sabe que el Reino solo viene a nosotros a través de la cruz, por dice el Señor: “no os alegréis de que los espíritus se os sometan, sino de que vuestros nombres estén escritos en los cielos”. Así también se ve inmune al desaliento, pues el Crucificado vive definitivamente vuelto hacia todos. Ni el aplauso le hace olvidar a quien sigue y a quiénes ha de servir, ni el rechazo le aparta de su adhesión al Evangelio y a los últimos. La Iglesia tiene la cintura ceñida, vigila su propia libertad, y no quiere buscar refugio en estructuras de influencia, para que no se corrompa su sal.
  3. El Apóstol Santiago junto con Pedro y Juan, fueron testigos de la transfiguración del Señor. Se le concedió contemplar la humanidad luminosa de Jesús en lo alto del monte Tabor, no solo para admirar la gloria del Maestro, sino, además, para ser testigos de la humanidad futura transformada por él. Por un instante, vieron el misterio de Jesús, no con los ojos de la fe, como cuando fueron llamados junto al mar de Galilea, sino sin velos, y cara a cara, contemplándolo como el Hijo. Esta revelación les dio la fuerza de vivir el Evangelio que pasa por la cruz. Recibieron la esperanza que ahora intuimos al acercaros al sepulcro de apóstol Santiago.
  4. Lo que en su momento aconteció en el Tabor, se hizo definitivo y pleno en la resurrección. Por eso la esperanza cristiana tiene un ancla firme. La cruz ya no es un sinsentido, ni tampoco un absurdo ante el que hay que resignarse pasivamente. Es verdad que en ella seguimos experimentando abandono y fracaso, pero, a la vez, sabemos en esperanza que ella es la señal de nuestra fidelidad a Dios y a los hombres. Así fue en Jesús. Si estamos en la cruz por este motivo, y solo por esta razón y no por otras, es porque nuestros pasos siguen a los de Jesús.
  5. La esperanza cristiana nace del realismo de Jesús crucificado y resucitado. No es un optimismo, ni un producto de marketing. Nos permite ver, desde la oportunidad de Dios y no desde nuestros juicios, lo que hay que curar y plenificar en nuestro mundo y en nuestra Iglesia. Remueve las posibilidades del ser humano concreto y reconoce, donde la mirada que juzga no ve más que a un inmigrante, a un drogadicto, a un parado, a una prostituta, a un sin techo, a la humanidad desfigurada por la injusticia[98]. La esperanza acierta a crear las grietas necesarias en las mentes y en la sociedad para que se movilicen recursos personales y comunitarios: Dadles vosotros de comer” (Mt 14, 16). Por eso, la consumación de la esperanza es la caridad.

3.3. Nuevo Pentecostés

  1. En la casa del Apóstol Santiago, queridos peregrinos, presentáis el tesoro de vuestra conversión con lágrimas portadoras de alegría y agradecimiento. Os habéis convertido en evangelio viviente, reviviendo la libertad de los hijos de Dios. “Donde está el Espíritu del Señor, ahí está la libertad” (2 Cor 3, 17b). Cuando salgáis de la Catedral, podéis ver en la fachada sur una inscripción inspirada en el libro del Apocalipsis: “Yo soy el alfa (α) y la omega (ω), el principio y el fin”. Son palabras que pronuncia el Señor de la historia, por quien, y para quien se realizó el milagro de la creación que habéis ido admirando a lo largo del camino. En Jesucristo la biografía de la humanidad entera queda descifrada, y definitivamente iluminada por su muerte y resurrección. De ahí que esa inscripción en piedra exprese lo que nos dice el Evangelio: “Yo soy vuestra razón de ser (α), y vuestra definitiva plenitud, (ω)”, es decir, Yo soy el camino, la verdad y la vida.
  2. En la fachada de la catedral, la inscripción que veis esculpida sigue el orden inverso. ¿Sería un error del cantero que la talló? La letra omega (ω), está antes, y la letra alfa (α), después. Esto encierra, antes de despediros de Santiago, un último mensaje para todos. Habéis concluido vuestra peregrinación. Compartís y comentáis entre vosotros una mezcla de sentimientos: la alegría de haber completado vuestro deseo, y, a la vez, cierta pena por haberla ya finalizado. Con San Pablo decís: “he combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe” (2 Tim 4, 7), y al mismo tiempo, sentís con él la congoja cuando se despedía de los presbíteros en Éfeso (Hch 20, 17 ss), al despediros igualmente vosotros de los que habéis compartido tantas experiencias. Tal vez desearíais que vuestra peregrinación prosiguiese y no tuviera un final, como Pedro, Santiago y Juan en el Tabor (cf. Lc 9,33).
  3. Recordad lo que se nos comunica en el libro del Apocalipsis: “Mirad, he aquí que yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Os preguntáis cuál o dónde está esa novedad. Esa novedad se os ha revelado: es Cristo Resucitado, pero también vosotros habéis sido renovados y renacidos por vuestra fe en él. Ya sabéis quiénes sois y a qué os llama la voz que os hizo salir de vuestra tierra.
  4. Al principio de mi carta os decía que la promesa de Abrahán sois vosotros. Con el patrocinio del Apóstol habéis llegado a la meta de vuestra peregrinación, esto, es, al encuentro con Cristo. Él es vuestra plenitud, y la de la creación entera. Cristo os capacita ahora para la vida nueva y para volver a vuestra realidad por otro camino. ¿No habéis recibido unas sandalias nuevas? El Camino comienza ahora entonces, después de haber llegado a Santiago, como en un nuevo Pentecostés, hacia todas las direcciones. Después de haber seguido los pasos de Santiago, el Resucitado os espera ahora en vuestra Galilea. Allí le veréis. El encuentro con él nos pone siempre en camino y nos empuja a la misión: “A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo”[99].
  5. Ser cristiano consiste en un continuo discernimiento, y en una búsqueda común con los demás de fidelidad al Espíritu del Resucitado, vigilantes para poder entregarnos a través de las rendijas que nos permita la vida[100]. Se trata de suscitar la novedad del Evangelio que es Jesús en las circunstancias concretas de vuestro caminar diario. La alegría cristiana no es triunfalismo, incluye la compunción por los propios pecados y la ternura hacia los demás. El éxito humano, no guarda relación con la misión y nada tiene que ver con Jesús.
  6. El fuego del Espíritu Santo os capacita para que avivéis los rescoldos de amor que hay entre las personas, resguardando el pabilo vacilante, sin sofocar las semillas de verdad que están creciendo en la vida de las personas. Os ayudará a reconocer y hacer vuestro cuanto de noble y justo ya hay en vuestros entornos. Así, os hacéis sal y dais a las personas y a sus anhelos su pleno sabor. Así somos en “Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y con todo el género humano”[101].

 

Exhortación: “Sal en tu tierra” (cf. Mt 5, 13 ss)

  1. Aquí quiero finalizar mi carta para que vosotros la completéis y maticéis con las letras de vuestro ejemplo. Terminada vuestra peregrinación, haciendo memoria de todo lo que habéis vivido, reconocéis la Providencia de Dios. A veces, parece que el cuidado de Dios por nosotros se escapa siempre del instante presente. La memoria se hace entonces el ventanal que asoma a su Providencia. Advertís entonces que, en los momentos de vuestra peregrinación, vuestros pasos estaban siendo acompañados no sólo por los de vuestros compañeros peregrinos, sino del que se hizo peregrino por todos, Jesús. Podéis decir entonces de vuestra propia vida: “es tu Providencia, Padre, quien la pilota, porque incluso en el mar abriste camino y una senda segura entre las olas, mostrando así que puedes salvar de todo peligro, para que se embarque aun el inexperto” (Sab. 14,3-4).
  2. Habéis descubierto que la ciudad de Santiago son más que hermosas piedras, que es un lugar de personas afables y hospitalarias, que la catedral es más que una fachada o un pórtico, que son piedras vivas edificadas con cada uno de los peregrinos que llegan, con sus sueños, sus sufrimientos y sus agradecimientos. Esto es así porque el camino, la ciudad y la catedral tienen un rostro humano, mirando a Santiago Apóstol. Él os ha traído hasta su tumba para que conozcáis al modelo de humanidad perfecta. Él os acompañará en los caminos de vuestra vida, en el país, en la ciudad o en el pueblo donde viváis. ¡Convertíos en providencia de Dios para los demás! ¿Cómo si no, podrá experimentar la cercanía de Dios y la ayuda concreta que vosotros ahora agradecéis, quien lo necesita? Reconoced en la llamada de vuestros hermanos la voz de la Providencia que os da la oportunidad de haceros prójimos para ellos.
  3. Como el Apóstol Santiago, recogeréis de vuestra peregrinación, gracias a la llamada de Jesús, una gran abundancia de peces, una pesca milagrosa, esto es, Vida, porque cuando salisteis de vuestra tierra y os embarcasteis en esta aventura, confiados, echasteis las redes en su nombre. “Que la misericordia y la paz, de parte de Dios todopoderoso y de Jesucristo, nuestro salvador, os sean dadas con toda plenitud[102].

Os saluda con afecto y os bendice en el Señor en la fiesta de la Traslación del Apóstol, 30 de diciembre de 2019.

+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela

[1] Benedicto XVI, Discurso en Santiago de Compostela, noviembre de 2010.

[2] En la audiencia general del 15de junio san Pablo VI decía: “Conviene decir que la manifestación exterior del sentimiento religioso no sólo es un derecho, sino un deber, en virtud de la propia naturaleza del hombre que recibe de los signos exteriores un estímulo para su actividad interior y la expresa en signos exteriores, concediéndole así todo su significado y su valor social… Por lo tanto, la exterioridad religiosa, cuando no es superstición ni un fin en sí misma, sirve por así decir  de ropaje a las cosas divinas, haciéndolas accesibles a nuestra facultad cognoscitiva. Nos permite de alguna manera presentar a la Majestad del cielo el tributo de una ofrenda terrenal”.

[3] Francisco, Lumen fidei, 8.

[4] BENEDICTO XVI, Deus charitas est, 1. Francisco, Evangelii gaudium, 7.

[5] SAN AGUSTÍN, Confesiones, Lib. X, cap. XVIII y XXIX.

[6]  FRANCISCO, Lumen fidei, 13.

[7]  G. L. MÜLLER, Informe sobre la esperanza, BAC, Madrid 2016, 5.

[8] FRANCISCO, Gaudete et exultate, 41: “Cuando alguien tiene respuestas a todas las preguntas, demuestra que no está en un sano camino y es posible que sea un falso profeta que usa la religión en beneficio propio, al servicio de sus elucubraciones  psicológicas y mentales. Dios nos supera infinitamente y no somos nosotros los que decidimos en qué circunstancia histórica encontrarlo, ya que no depende de nosotros determinar el tiempo y el lugar del encuentro. Quien lo quiere todo claro y seguro pretende dominar la trascendencia de Dios”.

[9] FRANCISCO, Lumen fidei, 57.

[10] SAN JUSTINO, Apología I, 61.

[11] Buenaventura, Itinerarium mentis in Deum, 7.

[12] Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente, 33: “La Iglesia no puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse, en el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes. Reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y de valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe, haciéndonos capaces y dispuestos para afrontar las tentaciones y las dificultades de hoy”.

[13] Benedicto XVI, Deus caritas est, 6.

[14] Francisco, Evangelii gaudium, 49.

[15] SIMONE WEIL, A la espera de Dios, Trotta, Madrid 1993, 128: La creencia es verbal y no penetra en el alma”.

[16] Ibid., 76.

[17] San Agustín en su sermón 81 escribe: “No te adhieras a este mundo envejecido y anhela rejuvenecer en Cristo que te dice: el mundo perece, el mundo envejece, el mundo se viene abajo y respira con dificultad a causa de su vejez. No temas; tu juventud se renovará como la del águila”.

[18] En este sentido, el papa Francisco en Amoris laetitia, 37: “Nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas”.

[19] Cf. Benedicto XVI, Misa de inauguración de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano: “La Iglesia se siente discípula y misionera de este Amor: misionera sólo en cuanto discípula, es decir, capaz de dejarse atraer siempre, con renovado asombro, por Dios que nos amó y nos ama primero (cf. 1 Jn 4, 10). La Iglesia no hace proselitismo. Crece mucho más por «atracción»: como Cristo «atrae a todos a sí» con la fuerza de su amor”.

[20] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes,1.

[21] Francisco, Gaudete et exultate, 167.

[22]Ibid., 28: Una tarea movida por la ansiedad, el orgullo, la necesidad de aparecer y de dominar, ciertamente no será santificadora. Cf. Julián Barrio Barrio, In verbo tuo, 139. El Misterio de la Iglesia se desvanecería y perdería su sal si aspirase a ser una institución más entre otras, buscando entre las cosas que son del César las riquezas que se apolillan y corroen por la herrumbre.

[23] Juan Pablo II, Redemptor hominis, 13.

[24] Francisco, Christus vivit, 35.

[25] JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, 40.

[26] Francisco, Evangelii gaudium, 117.

[27] “¡Ten seguridad! ¡El Evangelio de la esperanza  no defrauda! En las vicisitudes de tu historia, escribía san Juan Pablo II, de ayer y de hoy, es luz que ilumina y orienta tu camino; es fuerza que te sustenta en las pruebas; es profecía de un mundo nuevo; es indicación de un nuevo comienzo; es invitación a todos, creyentes o no, a tratar caminos siempre nuevos que desemboquen en la Europa del espíritu, para convertirla en una verdadera “casa común”, donde se viva con alegría”: Exhortación postsinodal “Ecclesia in Europa”, 121.

[28] Cf E. MORENO BAEZ, Los cimientos de Europa, Santiago de Compostela 1996. J. RATZINGER, L´Europa di Benedetto e la Crisi delle Culture, Roma2005. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in Europa, 28 de junio de 2003.

[29] Benedicto XVI, Deus charitas est, 28: “La Iglesia no debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar una sociedad lo más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede quedarse al margen de la lucha por la justicia”.

[30] Francisco, Evangelium gaudii, 129.

[31] Benedicto XVI, Discurso en los 50 años de los Tratados de Roma.

[32] J. Barrio Barrio, Alocución en el Departamento del Consejo de Cultura de Estrasburgo: “Decir “Europa” debe significar decir “apertura”. Por eso, debe ser un continente abierto y acogedor, que continúe realizando en la actual globalización, no solo de formas de cooperación económica, sino también sociales y culturales”.

[33] Francisco, Discurso al parlamento europeo de 2014: “En algunos países de llegada, los fenómenos migratorios suscitan alarma y miedo, a menudo fomentados y explotados con fines políticos”.  FRANCISCO, Cristo vive: “Los países ricos quieren educar a los pobres con una “educación” que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos: la injusticia es el caldo de cultivo de la violencia, y el miedo (EG 59-60).  Se difunde así una mentalidad xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí misma, ante la que hay que reaccionar con decisión”.

[34] FRANCISCO, Lumen fidei, 55: “Si hiciésemos desaparecer la fe en nuestras ciudades, se debilitaría la confianza entre nosotros, pues quedaríamos solo unidos por el miedo”.

[35] Francisco, Laudato si, 107: “Los objetos producto de la técnica no son neutros, porque crean un entramado que termina condicionando os estilos de vida y orientan las posibilidades sociales en la línea a de los intereses de determinados grupos de poder”.

[36] FRANCISCO, Christus vivit, 270: “Además de empobrecerlos, la falta de trabajo cercena en los jóvenes la capacidad de soñar y de esperar, y los priva de la posibilidad de contribuir al desarrollo de la sociedad. Con frecuencia la precariedad ocupacional que aflige a los jóvenes responde a la explotación laboral por intereses económicos y no el de protagonistas del cambio”.

[37] León Magno, Sermón sobre las bienaventuranzas, 95, 2-3: PL 54, 462: “No puede dudarse de que los pobres consiguen con más facilidad que los ricos el don de la humildad, ya que los pobres, en su indigencia, se familiarizan fácilmente con la mansedumbre, y en cambio, los ricos, con la soberbia”.

[38] Francisco, Laudato si, 47.

       [39] FRANCISCO, Evangelii gaudium, 62: “El primer lugar está ocupado por lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio”.

[40] FRANCISCO, Christus vivit, 90: “La inmersión en el mundo virtual ha propiciado una especie de “migración digital”, es decir, un distanciamiento de la familia, de los valores culturales y religiosos, que lleva a muchas personas aun mundo de soledad y de autoinvención, hasta experimentar así una falta de raíces, aunque permanezcan físicamente en el mismo lugar”.

[41]  FRANCISCO, Laudato si, 47.

[42] SAN AGUSTÍN, De Ordine. 2, 10, 30: “Resulta difícil al hombre volverse y encontrarse a sí mismo. Ávido de exterioridades, su misma avidez le conduce al vacío. Y, huyendo de sí mismo, cae en la tortura de la multiplicidad”.

[43] J. Barrio Barrio, Confiado en tu Palabra Señor, 81-82: “Corremos el riesgo de barnizarlo estéticamente todo y en la que podemos, sin pretenderlo, vivir de espaldas a la enfermedad y, sobre todo, a los enfermos, ignorando que, ante o después, el dolor nos visita, dada la fragilidad de nuestro cuerpoNo pocas veces comprobamos que los enfermos ganan a los sanos en ternura, amor y bondad”.

[44] SAN AGUSTÍN, In Ioan. 29,3.

[45] Francisco, Laudato si, 6. En este mismo sentido, ya el Concilio Vaticano II en su Gaudium et spes, 53: “Siempre que se trata de la vida humana, naturaleza y cultura están en la más íntima conexión”.

[46] Benedicto XVI, Discurso, o.c.

[47] BENEDICTO XVI, Homilía durante la eucaristía celebrada en A Praza do Obradoiro, noviembre, 2010: “No se puede dar culto a Dios sin velar por el hombre su hijo y no se sirve al hombre sin preguntarse por quién es su Padre y responderle a la pregunta por él. La Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero. Esto es lo que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece en Jesucristo”.

[48] FRANCISCO, Mensaje al Presidente del Consejo de Conferencias Episcopales Europeas, Roma, 23 de septiembre de 2019.

[49] P. RUBIO BARDÓN, El camino agustiniano, Ediciones Paulinas, Madrid 1991, 126, 6: “La hermosura del universo es como un gran libro. Contempla, examina, lee lo que hay arriba y abajo. No hizo Dios para que le conocieras letras de molde, sino que puso ante tus ojos las criaturas. ¿Para qué buscas testimonio más elocuente? El cielo y la tierra te están gritando: Somos hechura de Dios”.

[50]Máximo Confesor, Centurias sobre el amor, 93: “El que no deja afectar su mente por las apariencias externas, recibe en retorno la verdadera gloria de los seres”.

[51] FRANCISCO, Gaudete et exultate, 38.

[52] FRANCISCO,  Evangelii gaudium, 20.

[53] FRANCISCO, Lumen fidei, 9.

[54] FRANCISCO, Lumen fidei 26

[55] FRANCISCO, Gaudete et exultate, 37.

[56] FRANCISCO, Evangelii gaudium, 54.

[57] Ibid., 33. Cf. Julián Barrio Barrio, Alocución en el Departamento de Cultura del Consejo de Europa, en Estrasburgo, 27 de noviembre de 2018: “Si queremos que “el cristiano europeo contemporáneo” se acerque “al hoy eterno de Dios”, necesitamos una pasión y un valor que sacuda con fuerza nuestra apatía”.

[58] FRANCISCO, Amoris Laetitia, 44.

[59] J. Barrio Barrio, Alocución…: “En unos tiempos en que la publicidad insiste en las propias capacidades decisorias del ser humano, en el derecho del individuo a mimarse, en las bondades del “yoísmo” (enmascarando que esto no es más que otra forma de decir egoísmo), la vocación de Abrahán nos recuerda que el ser humano sólo es verdaderamente él cuando lo es hacia el otro, puesto que la persona sólo se realiza en la relación. Dios mismo, en la medida en que la pobreza de nuestro lenguaje nos permita hablar de él, existe “hacia afuera”.

[60] Benedicto XVI, Deus charitas est, 14: “Quien es capaz de ayudar reconoce que, precisamente de este modo, también él es ayudado; el poder ayudar no es mérito suyo ni motivo de orgullo”.

[61] Tomás de Aquino, Summa Theologicae II-II, q. 30, a.4: “Él no necesita nuestros sacrificios, pero quiere que se los ofrezcamos por nuestra devoción y para la utilidad del prójimo. Por eso, la misericordia, que socorre los defectos ajenos, es el sacrificio que más le agrada, ya que causa más de cerca la utilidad del prójimo”. Albert Vanhoye, Cristo y el hombre. Escritos de espiritualidad bíblica, Mensajero, Bilbao 2014, p. 81: “En lugar de detenernos en el aspecto de privación y de dolor sobre la idea corriente de sacrificio, deberíamos dirigir toda nuestra atención al aspecto de transformación. Si el Señor nos pide un ofrecimiento, no es para enriquecerse, sino para comunicarnos su santidad, para transformarnos y elevarnos en el amor, con su Espíritu de Amor. En un sacrificio cristiano lo más importante no es el sufrimiento, sino el fuego divino del amor que triunfa sobre el sufrimiento”.

[62] J. Barrio Barrio, Alocución…..: “A pesar del secularismo y del relativismo, la tecnología y la electrónica, la movilidad y los viajes rápidos, la exploración del espacio y la velocidad de la información, todo parece indicar que las personas tratan de enraizarse en el terreno firme y estable de lo sagrado. Cuanto más rápido camina la humanidad, mayor es la necesidad de sentir cimientos sólidos”.

[63] Orígenes, Homilía sobre el Éxodo VII: “Si quieres comer del maná, esto es, si quieres recibir la Palabra de Dios, has de saber que es menuda y muy sutil, como el grano del coriandro”.

[64] Rowan Willians, Ser cristiano, Sígueme, Salamanca 2018, 103.

[65] Evagrio Monje, en Filocalía de los padres del desierto vol. I, 66.

[66] Francisco, Laudato si, 149: “La carencia extrema… facilita la aparición de comportamientos inhumanos y la manipulación de personas por parte de organizaciones criminales”.

[67]Es cierto que la pobreza es un mal en cuanto realidad  social y global. Es un mal que los bienes dela tierra  estén distribuidos  de tal modo que una minoría disponga de la mayor parte de los recursos, mientras que grandes masas de población se ven obligadas a procurarse una incierta subsistencia día a día. Está claro que la pobreza como situación social no solamente no es deseable, sino que debe ser combatida  constante y denodadamente. Pero precisamente por eso el deseo de una Iglesia pobre es el deseo de que la Iglesia no sea un factor más que perpetúe la injusticia, sino que se sitúe del lado de aquellos para quienes el evangelio ha de ser buena noticia”: A. NOVO CID-FUENTES, La teología en el papa Francisco, Revista Lumieira  82-83 (2018), pág. 26.

[68] Ibid., 50: Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas. Cf. Juan Casiano, Instituciones cenobíticas, Ediciones Montecasino, Zamora 2000: “Que nadie coma hasta saciarse. En efecto, no es solo la calidad, sino también la cantidad de los alimentos lo que embota la vivacidad del corazón”.

[69] Francisco, Evangelii gaudium, 86.

[70]Douglas Burton – Christe, La palabra en el desierto, Siruela, Madrid 2007, 384: “Los padres del desierto experimentaban las palabras como acontecimientos. El excedente de significado de la Escritura perduraba no en forma de comentarios y homilías, sino en actos y gestos, en vidas de santidad transformadas por el diálogo con la Escritura”.

[71] DANTE ALIGHIERI, La Divina Comedia, canto XXV: “Entonces dijo Beatriz riendo: Oh ínclita alma por quien se escribiera la generosidad de esta basílica, haz que resuene en lo alto la esperanza: puedes pues tantas veces la has mostrado, cuantas Jesús os prefirió a los tres”.

[72] SAN AGUSTÍN, Confesiones, BAC, Madrid 1955,  Lib. X, cap. XXIX.

[73] G. L. MÜLLER, Informe…, 5.

[74] Ibid., 11.

[75] Francisco, Gaudete et exultate, 133: “Como el profeta Jonás, siempre llevamos latente la tentación de huir a un lugar seguro que puede tener muchos nombres: individualismo, espiritualismo, encerramiento en pequeños mundos, dependencia, instalación, repetición de esquemas ya prefijados, dogmatismo, nostalgia, pesimismo, refugio en las normas. Tal vez nos resistimos a salir de un territorio que nos era conocido y manejable”.

[76] Orígenes, Homilía sobre el Éxodo, XII.

[77] SAN AGUSTÍN, Confesiones, Lib.10, cap. V.

[78] Orígenes, Homilía sobre el Éxodo, VIII.

[79] Isaac de Nínive, El don de la humildad, 56. Cf. Francisco, Gaudete et exultate, 29: En algún momento tendremos que percibir de frente la propia verdad, para dejarla invadir por el Señor, y no siempre se logra esto si uno no se ve al borde del abismo de la tentación más agobiante… así encontramos las grandes motivaciones que nos impulsan a vivir a fondo las propias tareas”.

[80] JUAN PABLO II, Ecclesia in Europa, 9.

[81] Pedro Damasceno, Segundo mandamiento, en Filocalía de los padres del desierto, vol. III.

[82] Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 49: “Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse”.

[83] Francisco, Gaudete et exultate, 100-101.

[84] G. L. MÜLLER, Informe…, 5.

[85] Cf. Benedicto XVI, Deus caritas est, 31: “El programa del cristiano —el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús— es un «corazón que ve». Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia”. Rowan willians, o.c., 69: “Ya sabíamos que Jesús es alguien que practica la hospitalidad, pero ahora aprendemos que su acogida hace que los demás sean capaces de acoger. Celebrar la eucaristía no solo nos recuerda que somos invitados a ella y acogidos; también nos hace caer en la cuenta de que se nos otorga la libertad de invitar y acoger a otros. Hemos experimentado la hospitalidad de Dios en Cristo, por lo que nuestras vidas están preparadas para acoger a los demás”: p. 73

[86] Pablo VI, Misterium fidei: “Tal presencia se llama real, no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por antonomasia, porque es también corporal y substancial, pues por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro”.

[87] Benedicto XVI, Deus charitas est, 14 “La caridad no ha de ser un medio en función de lo que hoy se considera proselitismo. El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos. Éste es un modo de servir que hace humilde al que sirve. No adopta una posición de superioridad ante el otro, por miserable que sea momentáneamente su situación (¡no la persona!). Cristo ocupó el último puesto en el mundo —la cruz—, y precisamente con esta humildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente”.

[88] SAN AGUSTÍN, Sermón 272: “En consecuencia, si vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros, sobre la mesa del Señor está puesto el misterio que vosotros mismos sois: recibís el misterio que sois vosotros. A eso que sois, respondéis Amén, y al responder (así) lo rubricáis. Escuchas, pues: Cuerpo de Cristo, y respondes: Amén. Sé miembro del cuerpo de Cristo, para que tu Amén responda a la verdad. ¿Por qué precisamente acontece todo eso con el pan? No aportemos razonamientos personales al respecto; escuchemos, una vez más, al Apóstol mismo, quien, a propósito de este sacramento, dice: Un único pan: siendo muchos, somos un único cuerpo. Comprended y disfrutad: unidad, verdad, piedad, caridad. Un único pan: ¿Quién es este único pan? Siendo muchos somos un único cuerpo. Traed a la memoria  que el pan no se hace de un solo grano, sino de muchos. Cuando se os aplicaban los exorcismos, eráis como molidos; cuando fuisteis sumergidos en el agua, como amasados; cuando recibisteis el fuego del Espíritu Santo, como cocidos. Sed lo que veis y recibid lo que sois. […]De igual modo nos simbolizó también a nosotros Cristo, el Señor; quiso que nosotros perteneciéramos a él; en su mesa consagró el misterio de la paz y de unidad de nosotros con él. El que recibe el misterio dela unidad y no posee el vínculo de paz, no recibe el misterio para provecho propio, sino un testimonio contra él”.

[89] Benedicto XVI, Deus charitas est, 14. Cf. Concilio Vaticano II, Sacrosantum Concilium, 48: Aprendan [los cristianos] a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada.

[90] Juan Crisóstomo, Homilía sobre el evangelio de San Mateo, 50, 3-4: PG 58, 508-509.

[91] Cf. Basilio Magno, Homilía 3 sobre la caridad, 6: PG 31. Deberías estar agradecido, contento y feliz por el honor que se te ha concedido, al no ser tú quien ha de importunar a la puerta de los demás, sino los demás quienes acuden a la tuya. Y en cambio te retraes y te haces casi inaccesible, rehúyes el encuentro con los demás, para no verte obligado a soltar una pequeña dádiva. Sólo sabes decir: “No tengo nada que dar, soy pobre”. Es verdad, eres pobre y privado de todo bien: pobre en amor, pobre en humanidad, pobre en confianza en Dios, pobre en esperanza eterna.

[92] Juan Damasceno, De Fide Ort. 4, 13: PG 94, 1154 A.

[93] J. Barrio Barrio: “Santiago de Compostela no figura entre los centros financieros del continente, ni entre los principales centros de toma de decisiones políticas. El verdadero valor del Camino de Santiago, junto con los de Jerusalén y Roma, consiste en ser un camino del espíritu del ser humano, que se rebela a desaparecer bajo la asfixia del materialismo”.

[94] Es ilustrativo el ejemplo de Pablo VI, el primer Papa que estuvo en Latinoamérica, al pronunciar estas palabras a los campesinos de Colombia: “No hemos venido para recibir vuestras filiales aclamaciones, siempre gratas y conmovedoras, sino para honrar al Señor en vuestras personas, para inclinarnos por tanto ante ellas y para deciros que aquel amor, exigido tres por Cristo resucitado a Pedro, de quien somos el humilde y último sucesor, lo rendimos a Él en vosotros, en vosotros mismos”.

[95] Francisco, Evangelii gaudium, 47.

[96] Cf. Francisco, Gaudete et exultate, 7.

[97] SAN AGUSTÍN, Confesiones, Lib. X, cap. XXVII.

[98] SIMONE WEIL, A la espera de Dios, Trotta, Madrid 1993, 93: “La atención creadora consiste en prestar atención a algo que no existe. La humanidad no existe en la carne anónima e inerte al borde del camino. El samaritano que se detiene y mira, presta, sin embargo, atención a esa humanidad ausente y los actos que se suceden dan testimonio de que se trata de una atención real”.

[99] Francisco, Evangelii gaudium, 270.

[100] Máximo Confeso Centurias sobre la teología y la economía del Hijo de Dios, 2: “Pues por naturaleza, todo método espiritual cesa de practicarse cuando el objetivo ha sido logrado o se piensa que se ha logrado”.

[101] Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 1.

[102] Comienzo de la Carta de san Policarpo a los Filipenses.

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