Los arzobispos de Compostela y Burgos recibieron este domingo en la Plaza del Obradoiro a los participantes en la Vuelta Ciclista a España

  • La edición de este año tenía como referentes a las catedrales de Santiago y de Burgos, que celebra su VIII Centenario

Los arzobispos de Santiago de Compostela y de Burgos, monseñor Julián Barrio Barrio y monseñor Mario Iceta Gavicagogeascoa  recibieron el pasado domingo a los participantes en la Vuelta Ciclista a España, que alcanzaba en la compostelana Plaza del Obradoiro la última etapa de esta edición, comenzada en Burgos el pasado mes de agosto y teniendo a las catedrales de Burgos y Santiago como principales referentes.

De la delegación de la Archidiócesis de Burgos que peregrinó a la Ciudad del Apóstol en este Año Santo Compostelano formaba parte el vicepresidente de la Fundación VIII Centenario de la Catedral de Burgos, Antonio Miguel Méndez Pozo, quien junto al pastor de la Iglesia burgalesa obsequió a monseñor Barrio con una escultura de Cristino Díez que representa a las dos catedrales unidas por un pelotón ciclista. Ambos prelados estuvieron presentes, además, en la entrega final de premios, que tuvieron lugar ante la portada de la catedral compostelana.

Este fue el punto culminante de un intenso fin de semana por tierras gallegas para el arzobispo de Burgos, quien el sábado participó, además, en la Eucaristía de ordenación episcopal y toma de posesión de la diócesis de Mondoñedo-Ferrol de monseñor Fernando García Cadiñanos. El domingo por la mañana, monseñor Mario Iceta celebró también la Santa Misa en la Catedral compostelana, el cual al final de la ceremonia litúrgica depositó el incienso en el botafumeiro, según se recordaba en la página web de la Archidiócesis castellana.

Como se indica en la página web de la Catedral de Santiago “este gran incensario quiere simbolizar la verdadera actitud del creyente. Así como el humo del incienso sube hacia lo más alto de las naves del templo, así también las oraciones de los peregrinos deben alzarse hacia el corazón de Dios. Y así como el aroma del incienso perfuma toda la basílica compostelana, de igual modo el cristiano, con sus virtudes y el testimonio de su vida, debe impregnar del buen olor de Cristo, la sociedad en la que vive”.